Por Por Julia Exposito y Emiliano Sacchi
Politólogos, docentes de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales e investigadores de CONICET
Todos tienen miedo y yo también. El miedo no me deja dormir. Nada funciona bien, excepto el miedo.
Ingmar Bergman, El huevo de la serpiente
No sabemos cuándo empezó esto. Pero sabemos que la pandemia fue el huevo de la serpiente, en el que vimos el futuro de lo que se estaba gestando. Comenzaba el avance de la libertad como valor absoluto. Frente ella la igualdad, la solidaridad, lo colectivo, lo público devinieron autoritarismo, violación de la sagrada individualidad, corrupción, casta y fiesta del chancho. Mi cuerpo, mi decisión pasó de pintada feminista a pancarta de los libertarios antivacunas. Después de cuatro años de movilizaciones por derechos y en defensa de lo público, en el desierto del aislamiento, la nueva ocupación de la calle gritó infectadura. Las pantallas de televisión y su loop incesante en los celulares, fueron ocupados por un individuo que vomitaba hartazgo y gritaba “Viva la libertad carajo“. En ese grito, para muchos, se abría la posibilidad de un futuro frente a un Estado que registraba prolijamente los muertos por COVID/19, pero desconocía cuántas personas solicitarían el ingreso familiar de emergencia.
En 2021 esa fuerza política hizo su debut electoral con un 5% a nivel nacional. Desde entonces se abrió la tímida pregunta acerca de si este espacio se sumaría al crecimiento de las llamadas “nuevas derechas” a escala internacional. En solo dos años pasó a ganar con el 56% de los votos el ballotage presidencial. De todos modos, no fue instantáneo. El 2023 fue su larga marcha electoral acompasada al ritmo frenético del dólar, de las corridas, de la inflación y del sonido aterrorizante de la motosierra. En las PASO, el vaticinado escenario de los tres tercios, habilitado por el empate hegemónico de las principales dirigencias políticas, trajo la amarga sorpresa de la fórmula Javier Milei – Victoria Villaruel como ganadora de la contienda. Allí, algo se quebró. Por primera vez la novedad dio lugar al miedo. En las generales nos sorprendió un halo de esperanza. Lo peor podría no suceder y lo improbable estuvo en el campo de lo posible, a solo tres puntos.
Desde allí al ballotage fue una montaña rusa y el juego del miedo dominó la escena. Un miedo fantasmático, a que vuelvan el ajuste, los despidos masivos, las privatizaciones, los Falcon verdes, la represión, a que las amenazas se hagan realidad. Un miedo muy concreto. El del día a día y la inflación que lo devora, el de los laburantes informales, el del verdugueo de los patrulleros, el de que te afanen por dos mangos, el de la soledad y los padecimientos mentales. Miedos que habilitan a aceptar cualquier cosa. Uno defensivo, que asegura lo existente como parálisis. Otro, que produce la vertiginosa euforia de la pulsión del estallido. El miedo no había cambiado de bando, se había generalizado. Miedo, angustia, parálisis, frenesí, euforia, vértigo, hartazgo, odio, marcaron el estado anímico en el que llegamos al ballotage. Esa amalgama confluía en un extendido agotamiento. La segunda vuelta prometía el tiempo de una larga espera como un parto, con su ritmo, sus contracciones, su inevitable y abierto desenlace. Así se lo vivió en los grupos de WhatsApp:
18.15 Se pierde por mucha diferencia, pero ganamos en París
18.18 Bunker de Milei: tenemos una diferencia indescontable
18.30 Ganó Milei en España
18.43 Caras largas de los periodistas de C5N
18.45 No dan las mesas testigos, los empresarios anuncian la derrota
18.50 Sube el dólar
19.16 En mi escuela ganó Milei, nada de votos en blanco
19.24 Se perdió en Tigre.
19.28 Nos fue mal en CABA
19. 30 38% escrutado, 57.6 a 42.4
19.37 Massa entró mal al bunker
19.42 60% escrutado, 56.9 a 43.1.
19.44 Se pierde en todas las provincias
20.08 Habla Massa.
20.11 Listo. Perdimos.
Lo que sucedió, fue un corte quirúrgico. Pasamos, sin mediaciones, de las bocas de urnas promisorias a la asunción de la derrota.
Desde entonces vivimos en un tiempo de desorientación y espera. El absurdo del intermezzo. Un tiempo bombardeado de anuncios, desmentidas, memes y fakes. La experiencia de la realidad pierde consistencia. Todo parece posible, incluso lo peor. Eso es el terror. El peor tiempo. La espera del tiempo de lo peor. La espera de lo peor. Es un tiempo nuevo y, al mismo tiempo, el tiempo más viejo de todos.
¿Cómo habitamos este tiempo entonces? ¿Cómo lo transitamos sin perder nuestra frágil salud mental? Comprometiéndonos a permanecer en el entre. Ni fingir demencia, ni la locura de la desesperación. Estos parecen ser los estados anímicos de la época. De un lado, la negación de lo que se anuncia con descaro. Del otro, la certeza desesperanzada de la derrota. Del “no van a poder hacer todo lo que dicen” al “todo está perdido”. El entre es mantenerse alerta. El ajuste está anunciado. Las amenazas son reales. El deseo genocida no se oculta. Les enemigos están señalados. Debemos aceptar la urgencia. Pero no el apuro. Es tiempo de organización. Tiempo de acumular, cuidar y entramar fuerzas propias. Es un tiempo nuevo, esta es la hora clave.