• Tiempo de lectura:6 minutos de lectura

El aluvión llamado Javier Milei

Por Esteban Iglesias

Politólogo y director del Centro de Estudios Comparados y Director de la Escuela de Ciencia Política de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR

Solemos pensar que las transformaciones políticas comienzan cuando se produjo un cambio en el signo político de un gobierno. También es habitual adjudicarle un nombre a estas mutaciones. Ciertamente esto es sólo un modo parcial de cómo pensar y contar la historia política. Porque los grandes cambios tienen trayectorias y caminos socialmente voluminosos, los que muchas veces fueron perdidos de vista. Con la contundente victoria electoral de La Libertad Avanza (LLA) encabezada por Javier Milei y secundada por Victoria Villarruel sucedió precisamente esto. Primero no se creía que iba a ganar en ninguna instancia del proceso electoral y tampoco en el balotaje y, ahora, también se minimizan las posibilidades de poner en marcha y en práctica lo que está estipulado en el programa político que LLA presentó oportunamente a la justicia electoral.

Para pisar sobre suelo firme es preciso tener presente que se trata del primer presidente libertario de la historia política argentina. Se podría pensar que libertarios existen en todo el mundo y que en ello no hay novedad alguna. Pero no. Para la política argentina constituye un rasgo particular que asuma el gobierno nacional un libertario conservador cuyo principal vector de su movimiento político es su anti-igualitarismo. Esta fuerza, en términos identitarios, que no se la puede comparar con las formaciones políticas precedentes: el peronismo, el radicalismo y PRO han tenido facciones inclinadas hacia la de derecha. Sin embargo, estamos, al parecer, frente a un nuevo animal político cuyo núcleo constitutivo se define como liberal-libertario. En esta dirección también hay que destacar que la configuración que se construyó en Argentina la fórmula Milei-Villarruel consiste en combinar a la perfección la conjunción de lo que Ricardo Altamirano denominó las dos “familias derechistas” que actuaron a lo largo de la historia argentina: la liberal conservadora –cuyo principal referente es el mercado como principal ordenador de la sociedad– y la nacionalista reaccionaria –que privilegia el orden y la jerarquía en el marco de una visión organicista de la sociedad. Cabe destacar un punto: la última vez que estas dos familias encabezaron el poder político fue durante la última dictadura militar, en 1976. Hoy, con ese tiempo, las diferencias son claras: 1. la victoria electoral les dio un apoyo popular legítimo y formidable; 2. las fuerzas armadas no tienen el mismo poder que el que tuvieron y ejercieron durante el siglo XX; y, 3. La victoria electoral fue precedida por diversos flujos movilizacionales que peticionaban sobre la propiedad, el orden y la familia tradicional y que posibilitó ganar una batalla cultural.

Hoy, la victoria forjada en la arena cultural mutó en victoria electoral. LLA se ha constituido en un movimiento político que se abrió paso sobre lo existente en un contexto político signado por un proceso polarizador con connotaciones afectivas que se desató en 2008 con el llamado “conflicto del campo”. ¿Podríamos considerar que ciudadanía se ha convertido libertarianismo en un breve lapso de tiempo o que ha abrazado más las ideas de la libertad en detrimento de las igualitarias? Claro que no. La situación socio-económica ha empeorado desde 2015 en adelante, la inflación no se ha resuelto y los problemas relativos a la seguridad son moneda corriente en los centros urbanos. Entonces más que un libertarismo ciudadano lo que se evidenció, sencillamente, fue la incapacidad de las coaliciones gobernantes precedentes -Cambiemos y el Frente de Todos- para resolver problemas estructurales de nuestro país, que se potenciaron y que impactan severamente en la vida material y cotidiana de la población. 

La ciudadanía ha votado por un cambio profundo y drástico. Las primeras impresiones, luego de la victoria, se orientan a que se efectuaría de forma veloz. El argumento principal para ello radicaría en que hay que evitar el “gradualismo”. Lo cierto es que en la mira de estas transformaciones se encuentran el Estado, el mundo del trabajo, la salud y la educación. Todo ello en clave de privatización, reforma y recorte. Y, además, toda la demanda que canaliza la vicepresidenta electa, la reivindicación política del accionar de los represores durante la dictadura. Los discursos de odio no son nuevos y la polarización política los ha acentuado. Sin embargo, ahora circularán con una velocidad inusitada y con connotaciones nuevas. Aspectos que nunca antes eran cuestionados y que formaban parte del pacto democrático que se forjó en 1983 hoy serán una nota común. No sólo se circunscribirá a los derechos humanos sino que se abrirá paso a la intolerancia y hacia todo tipo de discriminaciones.

La democracia tal como fue construida desde su retorno se encuentra interpelada profundamente. La sociedad argentina y sus actores políticos se enfrentan a nuevos desafíos, consistentes en la refundación del uso público, ámbito que organiza la vida cotidiana principalmente a través de las redes sociales. Un nuevo momento ha comenzado, y no se inició con el calendario electoral, sino que se originó cuando la ciudadanía ganó las calles para manifestarse a favor de la mano dura, en contra de la Interrupción Voluntaria del Embarazo y los modos discrecionales en que se manejó la clase política. Los actores políticos que se inscriben en el campo democrático tienen la responsabilidad de reorganizarse para disputar el sentido de cómo organizar la sociedad en todos los espacios de la vida social. Todo esto en un escenario adverso y plagado de incertidumbre.