Por Mario Gluck
Historiador – Profesor de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR)
Uno de los enemigos a los que acude para legitimarse nuestro flamante presidente es el del comunismo. Esta recurrencia casi obsesiva contra un peligro inexistente nos plantea algunos interrogantes: ¿lo hace porque está loco?, ¿el “peligro” realmente existe y no lo vemos?, ¿interpretará que todavía hay países como China que efectivamente son comunistas? Para el final de esta columna vamos a tratar de plantear alguna hipótesis salvaje, mientras tanto, para no perder la costumbre, vamos a historizar el tema.
La Revolución Rusa de 1917 fue un acontecimiento que marcó el llamado por Hobsbawn siglo XX corto. Se puede decir que fue fundante y como plantea el historiador Enzo Traverso de la misma magnitud que la Revolución Francesa de 1789 para el siglo anterior. Obreros, soldados y campesinos se insurreccionaron contra la opresión del Zarismo y destruyeron casi al mismo tiempo el antiguo régimen y el capitalismo, expropiando a la burguesía y a la antigua nobleza. Las masas sublevadas y exitosas en su lucha contra los opresores, generaron temores fundados en las clases dominantes de todo el mundo. Esos temores, de perder su lugar como dominantes y de que el sistema entero pueda desaparecer, generaron políticas represivas contra el movimiento obrero y contra el comunismo, y alternativas reaccionarias como los fascismos y las dictaduras conservadoras. Luego de la segunda guerra mundial fueron dominantes las políticas de bienestar que incluyeron económica y políticamente a las clases populares, en parte como prevención del comunismo y en la versión keynesiana, para salvar al capitalismo de sus propias crisis.
Los movimientos anticoloniales y antiimperialistas de Asia, África y América también fueron herencia de la Revolución de 1917 y tuvieron, en mayor o menor medida el apoyo de la Unión Soviética. La Revolución china de 1949, la argelina de 1958 y la cubana de 1959 no se explican sin el antecedente exitoso de Rusia en 1917. Mientras tanto, la patria del comunismo se fue convirtiendo en una sociedad políticamente autoritaria y socialmente desigual. El período de la dictadura de Stalin (1924 – 1953) es conocido por la colectivización forzosa del campo, la industrialización y los planes quinquenales, junto con los campos de concentración y la persecución política que se traducía en asesinatos, ejecuciones sumarias y suicidios inducidos.
A Stalin lo sucedió un sistema de partido único, en el que la sucesión del liderazgo fue en el marco de un sistema burocrático y gerontocrático, pasando de períodos de mayor apertura como el de Jruschev (1955 – 1964), a otros más autoritarios como el de Brezhnev (1964 – 1982), finalizando con el período más reformista y democrático que fue el de Mijail Gorbachov (1985 -1991), el último presidente de la URSS. Precisamente con este último presidente implosionó la Unión Soviética y empezó a extinguirse el socialismo como horizonte de expectativas de una sociedad futura.
En tanto la URRSS tuvo vida y fue potencia mundial, había un asidero material para que el anticomunismo existiera y fuera liderado por la otra potencia que era EEUU. Así se explican el Macarthysmo en los 50’ y las dictaduras latinoamericanas de los 60’ y 70’, que emergieron para enfrentar un “Peligro comunista” que exageraron para legitimar regímenes autoritarios y represivos. Estas dictaduras implementaron políticas que generalmente venían a resolver crisis económicas cuyo costo hacían recaer en los sectores populares, mediante las llamadas políticas de ajuste.
La pregunta del inicio se nos hace más difícil de responder ¿Cuál es el sentido de pelear contra un fantasma que no muestra ningún signo de existencia, ni presente ni futura? Podemos plantear por ahora sólo algunas hipótesis:
- La locura de Milei, acompañada sólo por algunos trasnochados ideólogos como Agustín Laje y Nicolás Márquez.
- La necesidad de catalogar un enemigo irreconciliable para legitimar una política antipopular.
- Oponer la libertad frente a la opresión, apelando a la memoria reciente de la pandemia, homologando esta última como una política de reminiscencias comunistas.
- Exagerar conciente y planificadamente las regulaciones que establece el Estado al mercado, para habilitar una política de libertad total al mundo empresarial, especialmente el financiero.
Cualquiera de estas hipótesis puede ser la correcta, quizás una combinación de algunas o todas, el devenir demostrará una u otra. Igualmente nos queda la pregunta de por qué el comunismo con nombre y apellido. Aquí me permito una quinta hipótesis: precisamente porque es un fantasma, del que ya las nuevas generaciones ni siquiera tienen un recuerdo transmitido.