Protagonistas de redes cooperativas de producción de alimentos compartieron cuál es el modo de organización y relación con los consumidores que les permiten escapar de las tramas impuestas por el sistema, que impactan en los precios, ocultan las relaciones y transforman la comida en comodities
De la Tertulia de Viernes de Apuntes y Resumen participaron Luciano Temperini, miembro de Chacra Monteflori, Cecilia Rojas, de la panadería Panambí que integra la Cooperativa El Maneje lo mismo que Violeta Pagani, en su caso por La Porfía, y Roberto García, de la Red de Comercio Justo del Litoral y Mercado de las Tres Ecologías
Temperini explicó que desde Chacra Monteflori están experimentando la modalidad de las compras comunitarias, con la que reciben pedidos desde lugares remotos del país. Ello fue, contó, a partir de la participación en una gran red nacida en Córdoba, “Orgánicos sí o sí”, que fundaron dos mujeres y fue creciendo con aliados, o “pueblos”, como los llaman. Se expandió así a San Rafael de Mendoza, a localidades de las sierras de Córdoba, a otras del sur del país.
Les piden los productos de la Chacra en bolsas de 10 o 25 kilos, con lo que consiguen precios, incluido el flete, más baratos que los que podrían obtener “llenando el baúl del auto” en un gran supermercado.
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En relación al lema del programa, “todo consumo es político”, Temperini señaló que las grandes cadenas comerciales se “comen” tanto los salarios de los consumidores como los de sus trabajadores. Por el contrario, completó la idea, los movimientos productivos tienen otra mirada de la economía, con la solidaridad como eje. Por eso, a la hora de ponerle precio a los alimentos que elaboran tienen en cuenta otras dimensiones, no la de la rentabilidad como fin exclusivo.
El sistema de compras comunitarias, continuó, en los últimos años ha hecho docencia en cuanto a la organización de las comunidades, porque nada es automático: se tienen que juntar 5 o 10 familias, por ejemplo, para hacer los pedidos. Monteflori, destacó, se relaciona con productores sin agroquímicos, pequeñas cooperativas o emprendimientos familiares. Todos, traccionados necesariamente por un consumo que toma la decisión de asumir esos canales alternativos.
Dulces de cítricos, limón y naranja, estuvieron presentes en la mesa del estudio de la radio. Son los que produce La Profía. Pagani explicó que la intencioón es construir ciclos en la producción. Utilizar frutas y aprovechar la cáscaras para la producción del dulce, en lugar de ir a descarte. Es, dijo, la lógica de pequeños productores artesanales para aprovechar todos los insumos y sus remanentes, inventando nuevos alimentos.
La productora recalcó que con las crisis como la que hoy atraviesa el país se ponen en evidencia nuevas redes de producción y consumo de alimentos, las que ponen en contacto directo al productor y el consumidor, que escapan de las lógicas especulativas y puramente mercantilistas.
Se manejan otros paradigmas, señaló, que permiten otros precios. Porque están relacionados con la situación de los productores –a su vez consumidores– y la de los trabajadores que compran los alimentos. Son códigos semejantes, ajenos a las especulaciones. Y aunque siguen atados a algunos insumos como los combustibles o los de la logística de los envases, consiguen una gran independencia.
La Porfía es una pequeña cooperativa de seis integrantes, describió Pagani. Se inició hace unos 20 años con la provisión de alimentos agroecológicos en base a la producción extensiva en el campo de cereales para la elaboración de harinas. Y se fueron diversificando. Articularon con otros productores pequeños, periurbanos, para extenderse a una canasta básica de alimentos. Ahora, ofrecen harinas, lácteos, mermeladas y dulces, aguas saborizadas, licores, conservas y fitoteràpicos y apicultura. Y se vinculan en El Maneje para tomar el control del eslabón de la comercialización y la distribución.
En la misma red, Panambí saboriza panes con subproductos cítricos de la cooperativa La Porfía. Y el mismo intercambio se da con las harinas. Rojas enfatizó la importancia de pensar el papel del comprador-consumidor, la necesidad de que ellos también se organicen, dejen de lado la comodidad de ir al supermercado a cualquier hora y aprender a coordinar las compras, por ejemplo de varios productores y entre varioos consumidores.
Es, dijo, la contraparte de la organización que se dan los productores, y con ello se genera una sinergia en cuanto a la eficiencia del intercambio. Los clientes, entonces, son parte del ciclo, con la misma voluntad y el esfuerzo para sostener estos sistemas alternativos.
García retomó la presentación del programa para señalar que hay una política física, que es la de los partidos políticos tradicionales, los movimientos sociales y la de los productores organizados en redes de distribución solidaria. En este último caso, se trata de una trama que implica un plus de donación, de agregado de valor político para que el consumo sea un espacio de acción y reflexión crítica.
Por el contrario, indicó, la política de twitter o redes sociales en general, es alienada: su esencia y lo que genera es la separación entre la práctica y las formas. Allí, el consumo es de los “trolls” que marcan un ritmo dentro de la escisión que impone el sistema capitalista globalizada. Eso describe la matriz en la que se consume una mercancía como un tuit: se pierde la relación cuerpo a cuerpo.
Es claro en ese sentido, continuó García, lo que sucede en las ciudades: consumidores de yerba, por ejemplo, que no saben dónde ni cómo se produce. En esa dinámica, los alimentos se convierten en comodities, es decir, hechos para ser vendidos, sin otras consideraciones como la calidad o las necesidades.
La práctica política crítica, entonces, se delega en los medios de comunicación masiva hegemónica. Eso pasa también con el consumo de alimentos. Y así, se invisibiliza la compleja trama relacional que hay detrás. Y, entre otras cosas, se oculta cómo se fijan los precios.