Invitada al ciclo Narradorxs, la escritora habló con La Marca de la Almohada sobre sus métodos de trabajo, el desinterés por publicar y el impulso por elaborar textos más allá de los géneros que propone la literatura
Invitada a participar de Narradorxs, ciclo organizado por el programa de Radio Universidad “Un mundo propio”, Alejandra Kamiya ofrecerá esta tarde una masterclass en el SUM de la Biblioteca Argentina. La escritora formada en el mítico taller de Abelardo Castillo, repasó en La Marca de la Almohada su acercamiento inicial con los libros, sus técnicas de trabajo y la necesidad de expresarse más allá de los géneros que propone la literatura.“Los escritores trabajamos así: sentados en un sillón, mirando nada, como corriendo en ese mundo interior. Por dentro enloquecidos, está todo como en ebullición, y por fuera tal vez a alguien sentado en un sillón, callado, sin hacer nada. Es lo contrario de algún modo a la imagen típica de las películas del escritor, que se sienta en una máquina de escribir y borra, tacha y sufre. Y tira en un tacho de basura. Yo no me siento hasta que no estoy sólida”, describió acerca de los modos de trabajo.
“Creo que la escritura no ha sido suficientemente propuesta por la cultura. Por ejemplo, el haiku japonés es, acá en occidente, como una especie de poesía de elite. Pero en Japón es popular. Desde el campesino al emperador hacen haiku. Culturalmente faltó la propuesta de hacer accesible la escritura. Todos podemos escribir”, analizó sobre los motivos por los que muchos leen, pero son menos los que se atreven luego a escribir. “Ayer se me ocurría compararlo con bailar. Nadie piensa que tiene que ser Julio Bocca para bailar –ejemplificó–. Todos podemos bailar en casa como nos salga, como nos haga felices”.“A veces causa gracia porque yo creía que todo el mundo escribía. Pensé que era algo natural. Sabía que todo el mundo leía, o por los menos eso creía, y pensé que la contracara era escribir. Lo natural hubiese sido que todos escribieran. Me gustaría que todo el mundo escriba. Es una herramienta más”, planteó.
Kamiya nació en 1966. Publicó, entre otros, los títulos “Los que vienen y los que se van: historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina”, “Los restos del secreto y otros cuentos”, “Los árboles caídos también son el bosque”, “El sol mueve la sombra de las cosas quietas” y “La paciencia del agua sobre cada piedra”. Sus relatos han recibido múltiples reconocimientos.
“Siento que toda la vida leí, que para mí es lo más importante. Antes de saber leer ya te están leyendo. Los libros siempre fueron una parte importante de mi vida. Siempre se les dio un lugar especial a los libros en casa. No fui nunca sin libros”, recordó sobre su infancia y el primer acercamiento a la literatura, que sin embargo no pudo puntualizar cuándo comenzó.
Sus inicios en la escritura sí los tiene más claros. Fueron impulsados por una necesidad de expresarse, pero también por una dosis de fortuna. “Yo empecé casi accidentalmente. Gané un concurso muy ridículo, anti literario. Lo gané porque quería el premio. Eso me llevó de manera natural al taller de Inés Fernández Moreno y ella me derivó al taller del que había sido su maestro. Y terminé de un modo muy casual en el mejor taller literario de Buenos Aires. Ahí me sentí cómoda. Se hablaba todo el tiempo de escritura, de libros. No se hablaba de publicar. Se hablaba de lo esencial”.
Publicar no estaba entre sus prioridades. De hecho, admite, no la “emociona” ver materializados sus textos y dice que ese parte del proceso de escritura le parece “irrelevante”.
“No era mi prioridad –asegura–. Silvia Iparraguirre y Abelardo (Castillo) mandaron un manuscrito mío, a través de Sebastián Basualdo, a la editorial Bajo la Luna. Así publiqué. La editorial me preguntó: ‘¿estás apurada por publicar?’ ‘No, la verdad que no. Me gustaría mostrarle el libro a Abelardo o a mis padres, pero fuera de eso no me interesa’. Y tardaron dos años en hacerlo. No era mi prioridad”.Los cuentos de Kamiya son una referencia en la literatura. Ella, sin embargo, asegura que al escribir “uno no elige un género para encasillarse”, que no quiere verlos como un límite sino como una posibilidad. “Lo que más me gustaría es poder romper las barreras entre géneros”, señaló.