La concejala de Rosario desgranó los déficit que persisten a 40 años de la última dictadura, la crisis de representatividad, la política enfocada en el márketing, la construcción de personajes que ponen en riesgo el estado de derecho y el deseo de una ciudadanía que exija a sus representantes el respeto al contrato por el que fueron votados. También destacó la necesidad de ampliar los debates centrales de la ciudad a todos los actores
“En mi casa se respiraba política. Estaba la foto de Perón y Evita sobre el televisor”. Fue la descripción del paisaje de infancia que la concejala de Rosario María Fernanda Gigliani utilizó para referenciar sus antecedentes de militancia política durante la extensa charla que mantuvo en el estudio de Radio Universidad con los integrantes de Apuntes y Resumen.
“Salí socialista, lo que no me perdonaron hasta muchos años después”, ironizó sobre la propia elección de una identidad y un espacio político. La alusión es hacia su padre de crianza, presidente del PJ de San Nicolás en dos oportunidades y también concejal de la ciudad bonaerense, y a su “vieja”, una “militante peronista” que ocupoó cargos relevantes en el área de Educación de la provincia de Buenos Aires.
Gigliani llegó a Rosario, dijo, escapando de una actividad política que veía como una amenaza para la vida familiar, por el tiempo que le insumía a sus padres, quienes la asumían como una tarea de tiempo completo y con espíritu de servicio. “Escapó” a Rosario, pero no pudo hacer lo propio con el legado, y en la ciudad donde ingresó al Concejo con 29 años lo comenzó rodeando desde lo social, como coordinadora de un voluntariado con niños y adolescentes en situación de calle que llevaba adelante la fundación creada por el fallecido Héctor Cavallero.
La representante del espacio Iniciativa Popular admitió la crisis que atraviesa el sistema político desde varios prismas. Uno, el formateo mediático del discurso, modelado por las redes sociales y los sondeos de opinión, con el consiguiente desdibujamiento de lo que es la política: desde cada posicionamiento particular, la gestión de intereses contrapuestos, por lo que no se puede, con ninguna decisión, dejar satisfechos a todos como propone la mayoría de los asesores de comunicación política y de campañas electorales.
Hasta dónde distraerse
La democracia argentina, con 40 años de vigencia tras la última interrupción de una sangrienta dictadura, señaló Gigliani, arrastra tolerancias que la ponen en riesgo: en torno a la pobreza y a una creciente violencia discursiva que no es sólo simbólica sino potencialmente materializable. Como ejemplo, citó la construcción de personajes de supuesto liderazgo que pueden parecer apenas carismáticos y seducen con lo disruptivo pero encierran grandes riesgos. Javier Milei es el ícono en este momento y lugar.
El “momento de quiebre” de ese peligro, señaló la concejala, fue el atentado contra la vida de la vicepresidenta Cristina Fernández. “Ya veníamos en el discurso violento de estigmatizar y eliminar al oponente”, señaló, pero de lo simbólico se pasó al acto. “La democracia toleró demasiado en estos 40 años: pobreza, violencia. Debe haber un acuerdo de todas las fuerzas” para enfrentar esos riesgos que la deslegitiman y a la vez amenazan su esencia, alertó.
“Cuál es el consenso, por qué aparece un Javier Milei. Y qué hace la Justicia. Hay un nivel de flexibilidad muy grande, incluso desde los medios”, siguió. Y enfatizó que ese atentado “no puede caer en la grieta”, por lo que calificó como “preocupante” que haya sectores, “por ejemplo de Cambiemos, que pretenden bajarle el precio”. Por todo eso, la representante en el Palacio Vasallo admitió: “Me cuesta ser optimista”.
Qué discurso, con qué objetivos
“A veces me da vergüenza, en qué nos hemos transformado”, reconoció Gigliani el descrédito del sistema político ante la hegemonía del márketing y el formateo de las redes sociales y sus lógicas en el discurso de los representantes del pueblo, en general y en la ciudad. Una cosa es publicar la intervención propia en una sesión del Concejo, lo que puede verse como una forma de transparencia en cuanto a la forma de pensar, de votar, de abordar temas, comparó, y otra es centrar el interés en ganar protagonismo en las plataformas digitales, como si se tratara de influencers.
Agregó que le preocupan las decisiones políticas condicionadas por el cálculo de cómo impactan en un colectivo idealizado como “la gente”, pretendiendo una aceptación uniforme. “Pero la política es gestionar intereses contrapuestos, no se puede quedar bien con todos”, contrastó con la esencia de un espacio colonizado por lo mediático.
En tren de los factores que deslegitiman la política como escenario para construir una sociedad mejor, mencionó el “debate pendiente” de “cómo se sostienen las campañas electorales, quiénes las financian”. Ese dinero, aclaró, no es gratuito, siempre exige un vuelto que compromete alineamientos y compromisos con los representados.
Gigliani opinó que el esfuerzo es conjunto, a dos puntas, y por eso expresó el deseo de una ciudadanía más responsable, para la cual el compromiso no se agote en el acto electoral. Que le pida rendiciones de cuenta y le marque defecciones a quienes están en los cargos porque, precisamente, los designó en las urnas.
Un concejo abierto
“El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. La frase está estampada en la Constitución, pero no puede interpretarse literalmente con toda el agua que corrió bajo una sociedad que se organiza con multitud de estrategias. Eso rescató la concejala sobre una crisis de representatividad que atañe también al Palacio Vasallo. “Tiene que haber mecanismos de mayor participación ciudadana, para que la legalidad de una decisión del cuerpo tenga también legitimidad”. Debates en torno, por ejemplo, a los grandes emprendimientos inmobiliarios en la costa central o la regulación de la nocturnidad, deben incluir a los actores pertinentes en cada materia.