Por Leandro Arteaga
Es curioso, pero de mantenerse todavía en la cartelera comercial, por estos días serían tres las películas en pantalla grande con las que Rosario tiene algo que ver. Me explico. Por un lado, Un Crimen Argentino, la película que dirige el cordobés Lucas Combina con producción del rosarino Juan Pablo Buscarini, a partir de la novela de Reynaldo Sietecase; ambientada en la Rosario de 1980, con el disparador argumental basado en la desaparición y muerte –vía disolución en ácido– de Jorge Salomón Sauan en manos de Juan Carlos Masciaro. Mucho se habló de la película y allí trabajó mucha gente del sector audiovisual local, algo muy importante.
De mismo modo puede hablarse de Perros del Viento, con estreno el 15 de septiembre en todo el país. Es la más reciente película del director Hugo Grosso (A Cada Lado, Balas Perdidas), rosarino pero con vida en Buenos Aires desde hace una década. A partir del recordado episodio de los “perros suicidas” en las inmediaciones de Parque de España, Grosso construye una historia íntima, con Luis Machín como adlátere preciso en la sensibilidad que pide el personaje: el episodio canino es la excusa que éste necesita para volver al país y a su ciudad, al reencuentro de un amor en vilo y a los fantasmas de una vida que parece de otro tiempo. Así como el film de Combina, Perros del Viento se rodó en Rosario y permitió también el reencuentro del director con su ciudad.
Pero hay un tercer título, tal vez curioso, y es El Paraíso, la película de animación digital que dirigen Fernando Sirianni y (el rosarino) Federico Moreno Breser. El largometraje está basado en Tierra de Rufianes, una serie de Breser a la que Sirianni –también productor– le vio potencial para la pantalla grande. El argumento es bien rosarino (lamentablemente): la trata de mujeres durante los años ’20 y la consolidación de la ciudad como uno de los ejes de este tránsito humano infame. “El Paraíso” es el nombre de uno de estos burdeles, que nuclea la actividad y permite el encuentro e historia entre sus personajes; un ejercicio de racconto sostenido desde el punto de vista de Magadlena, la anciana polaca que recuerda su historia (en la voz de Norma Aleandro) al periodista pero también a su hijo, y que la película reconstruye desde un blanco y negro con iconografía deudora del cine policial clásico.
En las tres, Rosario aparece como escenografía real y diferencial, de acuerdo con las necesidades plásticas y narrativas. Entre ellas, se dibuja un mapa visual que cada espectador/a completará desde las propias vivencias, recuerdos, deseos. La dimensión enorme de la pantalla de cine permite (re)vivir la ciudad de otras maneras, y eso es siempre una experiencia bienvenida, necesaria. ¿Cuántas películas se propusieron, consciente o inconscientemente, poetizar la ciudad? ¿Qué Rosario aparece al caminar, al pedalear, al ir a trabajar, al revolver en la basura, al ir al cine? (Y escribo esto mientras los informativos televisivos ubican al puerto como escenario de un escandaloso hecho vinculado al narcotráfico, un episodio que bien podría oficiar como coda de aquellos siniestros años ’20, de alguna manera todavía vigentes. Triste).
En otro orden, buenas nuevas. Por un lado, el nacimiento de El Cineclú de Rosario, ya con un mes de actividad, funciones semanales en Sala Empleados de Comercio, y muchos socias y socios. El proyecto es independiente, surgido a partir de gente que ama el cine. Una nueva pantalla que suma un aporte de valía, con películas que no circulan por la cartelera de convención. Otra buena fue la vuelta al ruedo de Bafici en Rosario, cuya nueva edición, siempre con la organización de Calanda Producciones, trajo un buen muestrario de lo mucho que puede verse en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. Algo que vino aparejado de otra linda noticia, ya que una de las salas partícipes fue la de la Asociación Médica de Rosario, tradicional espacio de Cine Club Rosario, cuyas actividades parecían haber claudicado tras el fallecimiento de su presidente, Alfredo Scaglia, protagonista de relieve en el panorama audiovisual de la región (su ausencia resiente al sector, Scaglia merece muchos párrafos aparte). Lo dicho, volvió la sala a su actividad y con ella la promesa de la reactivación del Cine Club Rosario en breve. Ahora bien, este párrafo no puede estar completo sin menciones a El Cairo Cine Público y Centro Cultural Cine Lumière, prometo referirme a sus novedades en próximas columnas.
Por otra parte y como se sabe, al cine hay que leerlo también. Vale por eso destacar la persistencia increíble, notable, de la colección Estación Cine, que dirige Sergio Luis Fuster y edita CGEditorial. En estos últimos meses se sumaron muchos títulos y vienen más. Uno de ellos me implica, y me parece bien destacarlo (al libro, no a mí), porque está dedicado al director de cine Claudio Perrín (y es parte de una colección dedicada al cine rosarino): Claudio Perrín: El Mar y la Mirada de un Niño. Entre los títulos publicados recientemente, hay libros de Gustavo Postiglione –Del Cine Instantáneo al Cine en Vivo–, Alejandro Pidello –Poesía y Cine–, Marcelo Vieguer (factótum de la serie dedicada al cine rosarino) –La Máscara en el Cine de Terror–, Gustavo Galuppo –Después de Godard– y Melina Cherro –Diálogos con Diotima: Mito y Cine–. A ello se suma el inminente número 2 de la revista digital Estación Cine, que coordinan Fuster y Vieguer; y el nuevo número de Travelling. Revista de Investigación de Artes Audiovisuales que edita Vieguer a partir de su trabajo en la Escuela Provincial de Cine y TV de Rosario. Son electrónicas y pueden descargarse de manera gratuita.
Y una última. Una reciente foto en las redes dio cuenta de una nueva reunión de los integrantes de la fundamental revista de cine El Eclipse, aparecida en Rosario hacia fines de los ‘90. Parece que el proyecto vuelve. Ojalá.