Escuchó las detonaciones, vio a los agresores huir en una moto y llamó cuatro veces para que se acerque un móvil. El patrullero llegó cuando el padre baleado había llegado por sus propios medios al Hospital. Expuso la sensación de desprotección ante la escalada de violencia en Rosario
Mochilas desparramadas en el suelo y chicos corriendo. Una escena que este martes marcó las inmediaciones del colegio Medalla Milagrosa, a metros de la Plaza Alberdi, en el corazón del barrio homónimo de la zona norte de Rosario. Dos personas dispararon al menos una decena de veces contra la camioneta en la que un hombre llevaba a su hijo a clases. El padre alcanzó a conducir hasta el Hospital Alberdi herido por una bala en el rostro, aunque sin riesgo de vida. Diego vive cerca, pudo ver a los dos gatilleros y a otro joven que los esperaba en una moto escapar del lugar, avisó a la policía pero el primer patrullero llegó a los 27 minutos.
Apuntes y Resumen dialogó con un testigo de la saga que conmocionó a padres y alumnos. Diego contó que desayunaba con sus cuatro hijos antes de salir, él también, para el colegio, cuando escuchó varias detonaciones. Al principio, admitió, pensaron que se trataba de festejos de inicio de ciclo lectivo. Cuando se asomaron a la calle, pudieron ver a los tres atacantes cuando escapaban en una moto. “Con casco y barbijos, encapuchados”, los describió, y agregó que se fueron de la zona por calle J.C. Paz.
Lo registró todo con precisión: “Fue a las 7.14”. Relató que de inmediato llamó a emergencias para avisar sobre lo ocurrido, tras lo cual hizo hincapié en lo que tardó el primer movil policial en arribar frente al colegio. Fueron 27 minutos, cronometró.
Damián interpretó el dato como una foto del escenario de inseguridad que atraviesan los rosarinos. No llamó una, sino cuatro veces, pero aun así no consiguió acelerar la presencia de la fuerza de seguridad.
El vecino de Alberdi se explayó sobre la sensación de desprotección que alimentan los constantes robos de celulares, bicicletas y otras pertenencias, además de la violencia extrema que se cobra vidas, y la ausencia de prevención del delito, graficada en la inexistencia de patrulleros cerca de un episodio delictivo.
También lamentó la naturalización de hechos como el de este martes, que se suceden a diario. La necesidad de cambiar de hábitos para no transitar zonas inseguras y no salir a los espacios públicos en determinados horarios. Eso lleva, dijo, a una autolimitación de libertades mientras los ciolentos ganan territorios y se apoderan de la calle.
Ese acostumbramiento lo ejemplificó en lo que vio poco después de los disparos: alumnos y padres ingresando como si nada hubiera pasado al colegio, cuando los minutos previos pudo haberse desatado una tragedia. Otra imagen que a Diego le quedó fijada es la de las dos mochilas que encontró tiradas en el piso cuando se acercó a las puertas del colegio. Supo después que eran del hijo de la víctima y de un compañero, quienes estaban en la misma camioneta Amarok que lucía con varios impactos de bala en su lateral izquierdo.