Por Agustín Prospitti
Docente e investigador de la Facultad de Ciencia Política y RRII de la UNR
Politólogo – Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR) – Maestrando en Comunicación Política.
Esta nota busca aportar otros condimentos al locro y las empanadas fritas que religiosamente acompañan la fecha clavada en el primer recuadro en rojo del calendario de mayo. Al calor de las ollas del ritual gastronómico reponemos el acontecimiento que da lugar a la conmemoración del primero de mayo, los problemas sociales a los que está relacionado, y su recepción en la Argentina, que fue cobrando distintos significados con el paso del tiempo y nos invita a una reflexión desde los tiempos actuales.
La fecha alusiva hace referencia a un hecho histórico concreto, la primera jornada del mes de mayo de 1886 en la ciudad estadounidense de Chicago, que dejó una de las primeras páginas luctuosas en el trabajoso camino de la organización del movimiento obrero en defensa de sus derechos.
Los sucesos refieren a la huelga general convocada por los trabajadores de aquella urbe industrial, en reclamo de la limitación de la jornada laboral a ocho horas y las condiciones de trabajo. La respuesta patronal implicó la negación a las demandas laborales y la decisión de romper la medida de fuerza a través de la violencia.
Así, en los choques callejeros se produjeron víctimas fatales, que azuzaron el conflicto y generaron la intervención policial, multiplicando los muertos y detenidos. Los dirigentes de la protesta obrera fueron condenados, acusados de fomentar las ideas anarquistas y el desorden. La solidaridad de las organizaciones identificadas con el proletariado fue inmediata con los “mártires de Chicago” a nivel internacional.
Desde entonces, el 1° de mayo se convirtió en bandera de lucha para las y los trabajadores en distintos lugares del planeta, al tiempo que los intelectuales más influyentes en las orientaciones obreras de aquella época fomentaron la organización de la clase trabajadora, haciendo resonar las palabras de Karl Marx llamando a la unidad de los proletarios del mundo.
En 1889, la Conferencia Internacional de Trabajadores, reunida en París, acordó fijar el 1º de mayo de cada año como el día de los trabajadores, definida como una jornada de lucha y recuerdo de sus compañeros mártires de Chicago. Su repercusión a nivel mundial implicó un salto cualitativo en la toma de conciencia sobre la situación de la clase obrera y un momento de fuerte acumulación en la unidad de la clase trabajadora. Se generaron tanto a nivel social como estatal posicionamientos que iban desde una negación del problema, pasando por otras posturas que reconocían la necesidad de una reforma en las condiciones de trabajo, como las organizaciones sindicales, hasta políticas del proletariado que buscaban transformar radicalmente el modelo capitalista basado en la explotación de clase. Sin embargo, la emergencia de la cuestión social moderna, definida por Juan Suriano como la totalidad de las consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y la urbanización naciente, estaba aún lejos de encontrar un canal institucional para ser encausada.
En la Argentina, desde fines del Siglo XIX distintos actores económicos, sociales y del mundo de la cultura han reivindicado la fecha, otorgándole diferentes significados a lo largo de la historia, desde su afirmación como día de protesta a la reversión en una jornada festiva.
En sus orígenes, el calendario de mayo estuvo identificado con ideas socialistas y anarquistas que levantaron la bandera de lucha contra la explotación y opresión de clase, marcando la agenda de la cuestión social en reivindicaciones que van desde la limitación a ocho horas de la jornada de trabajo, el mejoramiento de las condiciones laborales, la regulación del trabajo de mujeres y la abolición del trabajo infantil, entre otras, a planteos más radicales de destrucción del Estado opresor.
Tras una década de progreso económico y de emergencia de la cuestión social moderna asociada a las duras condiciones del trabajo y la vida urbana, en 1890 los representantes del incipiente movimiento obrero argentino comenzarían a conmemorar desde allí en adelante el 1º de mayo en nuestro país. Esa primera jornada estuvo asociada a una protesta en el marco de la crisis económica y de las condiciones de vida desatadas en el año noventa. Por largo tiempo esta fecha emblemática de mayo quedaría asociada a un día de movilización y lucha obrera. Pasaría un largo tiempo hasta que nuevas condiciones sociales y económicas resignificaran la fecha del calendario.
A partir de la llegada del peronismo al Gobierno, con la proclamación de la era de la justicia social y la garantía por parte del Estado de los derechos sociales, se resignificó el contenido de las jornadas de mayo. El sujeto trabajador adquirió otro estatus en el discurso del peronismo, reconociendo el derecho de los obreros a una vida digna y la necesidad de regular el uso de la fuerza de trabajo por parte de los patrones, así como se le dio reconocimiento al movimiento obrero como actor colectivo con derecho a la participación política. De este modo, la jornada identificada con los trabajadores adquirió un contenido festivo, promovido desde el Estado, con contenido celebratorio de las conquistas obreras y de la nueva sociedad plasmada en la Constitución nacional de 1949.
Ese tono festivo, hasta carnavalesco, expresado en grandes actos celebrados en el espacio público se transformaría nuevamente en grito de lucha, cuando las condiciones económicas, sociales y políticas impuestas en gobiernos militares colocaran nuevamente al trabajador en el lugar asignado de simple instrumento de fuerza de trabajo, disciplinado para aceptar las demandas del empresariado, con el fin de maximizar la productividad en las fábricas.
Así, si bien el calendario de feriados nos deja un día no laborable para la reivindicación de las y los trabajadores, el tono, el contenido, la forma y el espíritu que adquiere la fecha está supeditado a los marcos culturales que se imponen en cada época. De nuevo, los actuales son tiempos donde el salario nuevamente parece ser un costo, donde hay riesgos de pérdida de empleos asociados a la Inteligencia Artificial, y donde crece el pluriempleo, factores que diluyen las identidades asociadas a la posición ocupacional.
Este año de ajuste económico, achicamiento salarial, recesión, pérdida de puestos de trabajo e intentos de modificar las regulaciones y leyes laborales, la carga valorativa se coloca del lado de la protesta, de la resistencia y la defensa de derechos conquistados, aunque no falte el locro, las empanadas y la reunión entre trabajadoras y trabajadores para seguir grabando a fuego una identidad colectiva, que busca ser borrada con la mano invisible del mercado.