El concepto de partida es de un laboratorio argentino dependiente del Conicet, que ahora trabaja con otros diez de Europa en las fases de prueba de una innovadora herramienta preventiva y terapéutica. Calculan que en dos años estarán cumplidas todas las etapas para su aprobación
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la enfermedad de Chagas se encuentra principalmente en zonas endémicas de 21 países de América latina. Entre ellos, la Argentina, donde se estima que hay un millón y medio de personas infectadas.
La enfermedad es causada por un parásito unicelular microscópico llamado Trypanosoma cruzi, que se aloja en el interior de las vinchucas y es transmitido a los humanos a través de las heces de estos insectos al momento de picarlos.
Actualmente no existen vacunas preventivas ni terapéuticas, pero en un laboratorio de la Argentina, en conjunto con otros 10 europeos, se desarrolla una de características inéditas y en base a una investigación local.
“Es complejo, como todo desarrollo de vacunas”, aclara al principio del diálogo con el programa ABC Emilio Malchiodi, investigador del Conicet en el Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral (de doble dependencia con la UBA) y en el Investigaciones en Microbiología y Parasitología Médica.
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“Ya hay vacunas de aplicación nasal. En 2006 se lanzó una en Estados Unidos contra la gripe, que se discontinuó, pero hubo otras después”, aclara el científico, pero la vacuna de este tipo contra el Chagas es pionera en el mundo. ¿Cuál es la ventaja? Malchiodi explica: “Impacta en la mucosa, que puede generar inmunidad sistémica, o sea que todo el cuerpo responda a los anticuerpos y células de la vacuna, una característica esencial para los patógenos”.
Explica que el laboratorio trabaja desde hace años en el desarrollo de una vacuna para el Chagas, “con suerte diversa”. A principio de los ’80, comenzaron allí a producir anticuerpos monoclonales contra el Trypanosoma cruzi. Y con uno de ellos purificaron una proteína. En ese momento no sabían exactamente qué era, pero luego la identificaron como Cruzipaína, una molécula muy activa y abundante en el parásito. El problema fue que elaboraron una vacuna con un adyuvante que no funcionó. Hasta que, con uno nuevo, descubrieron que los ratones inmunizados estaban mejor protegidos contra la infección. A partir de ahí, y en base a la idea de utilizar sólo una parte de la Cruzipaína (la enzimática) utilizando ingeniería genética, comprobaron que se generaba una respuesta muy superior.
En estudios posteriores, analizaron otras moléculas del parásito y sistemas de inmunización. Y así llegaron a la utilizaron de tres de ellas en una vacuna multicomponente. Con muy buenos resultados.
Ese desarrollo tiene un nombre particular. “El logro es haber generado una molécula quimérica, en alusión a las quimeras de la antigüedad. No es con una proteína del parásito sino con partes de tres proteínas, con lo cual la idea es atacarlo por tres vías”, resume la técnica. A partir de ese avance original, se trabajó sobre otras investigaciones y con otros laboratorios del exterior, que es el derrotero actual hacia el objetivo de la vacuna contra el Chagas.
“Desarrollamos una proteína recombinante”, se enorgullece Malchiodi. Es otro nombre para las quiméricas, porque se obtienen al expresar un gen clonado en una especie o una línea celular distinta a la célula original. Un ejemplo de esa técnica es la insulina humana generada in vitro.
El trabajo del consorcio de investigadores es financiado por la Comunidad Económica Europea a través del programa Horizon 2020, que otorgó un presupuesto de 8.400.000 euros. El Conicet y la UBA aportan los salarios de los investigadores y técnicos, además de becas y subsidios.
“Ensamblamos todo (las partes de los tres antígenos) en una sola molécula. El investigador explica el por qué: “Producir tres antígenos independientes es muy caro porque tiene el costo de tres vacunas, entonces pensamos en ponerlos dentro de una sola molécula a través de ingeniería genética. Para unir las porciones de los compuestos usamos una conexión que pertenece a otra molécula importante de Tripanosoma y formamos esa quimera”.
El trabajo coordinado con 10 grupos de investigadores de Europa es un proyecto de 5 años que empezó en junio de 2019. Se interrumpió por la pandemia. Y por eso mismo hubo algunos otros contratiempos, por ejemplo con los ensayos en animales. En la Argentina ya se terminó la etapa de prueba con ratones, y se completó un estudio en Barcelona y San Juan y Chaco sobre condiciones económicas y de salud.
“Se está en la etapa preclínica”, enfatiza el investigador del Conicet. Dice que lo que sigue son los estudios toxicológicos, porque otra etapa es probar con sobredosis, también en animales. Hay que demostrar la seguridad de la vacuna –ya se bautizó Cruzivax–, es decir que no hace daño, luego su respuesta inmune mediante parámetros inmunológicos y posteriormente queda el “desafío con el parásito” para certificar que previene la infección y la enfermedad.
El tiempo que resta, calcula, es de un año y medio a dos años para completar los ensayos en animales y “obtener una vacuna de alta calidad para empezar la prueba en humanos”. Así se irá por la autorización de las agencias regulatorias de varios países, y sorteado ese paso, se pasará la fase 1 de pruebas en humanos.