Migrar hacia energías limpias, renovables, modificar la ciudad y sus usos, diseñar viviendas eficientes, cambiar las pautas de consumo, generar políticas públicas. Un entramado complejo que necesita de múltiples miradas técnicas, políticas y sociales
El programa ABC armó una edición especial para dar cuenta de un tema que requiere de abordajes combinados: la transición energética del paradigma fósil al renovable, un proceso que ya comenzó pero que no es lineal. Para eso, estuvo en el estudio de Radio Universidad Pablo Bertinat, ingeniero electricista, magíster en Sistemas Ambientales Humanos y docente e investigador en la Universidad Tecnológica Nacional, donde dirige el Observatorio de Energía y Sustentabilidad. Junto a él, la doctora en Física Rita Abalone, directora del Laboratorio de Eficiencia Energética del IMAE, en la Facultad de Ingeniería de la UNR. Y la ingeniera química Daniela Mastrángelo, coordinadora de la Subsecretaría de Cambio Climático y Transición Ecológica Justa de la Municipalidad de Rosario.
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Bertinat destacó la necesidad de asumir que la transición energética no incumbe sólo al ámbito tecnológico sino también al social, ambiental, cultural, político y económico. Y explicó que en torno a la misma hay discusiones y miradas diferentes. Ancló la perspectiva en la pregunta “¿Qué queremos cambiar?” para describir el estado actual de la matriz como mayoritariamente fósil, desde la perspectiva del combustible insumo, pero también muy desigual, inequitativa, concentrada y conflictiva, en la que concurren intereses divergentes y conflictos extremos, que llegan a ser bélicos.
En base a ese abanico de complejidad, señaló que la energía “no es sólo de los ingenieros”, sino también de los politólogos, sociólogos, los planificadores. El objetivo no se restringe, insistió, a bajar la carga del paradigma fósil sino también reducir la desigualdad que caracteriza al actual sistema.
Abalone aclaró que en el Laboratorio que dirige el foco está puesto en la eficiencia energética: para los mismos fines, reducir el consumo porque, parafraseó a Bertinat, “la energía más limpia y barata es la que no se usa”.
Respecto al escenario que debe cambiar, con centro en las viviendas, lo describió como de una tradición de desinterés por el factor consumo energético para climatización y confort, que no se toma como factor relevante en el diseño. Hay que tener en cuenta las estructuras, las envolventes, los materiales de las edificaciones para mantener el confort deseable y la calidad de vida reduciendo el uso de energía.
“Pasamos por una etapa en que la arquirtectura pasó a «no tener lugar», a perder la referencia con lo local en pos de lo universal, tanto en el diseño como en los materiales”, resaltó sobre lo que hay que cambiar. O mejor, aclaró, desandar, para retomar como en otras etapas, las condiciones de ambiente y características de las ubicaciones en la elección de los materiales y el diseño.
Hay que repensar, aañdió, un análisis integral de las edificaciones con sus orientaciones, morfología, materiales, uso del recurso solar y de la ventilación cruzada. “Cosas que se perdieron por imperativos estéticos, de reducción de costos y de optimización del espacio”.
Al respecto, señaló como positivo el programa nacional de etiquetados, que se propone como una herramienta para tender al uso racional de energía. Reconoció que es complejo construir un indicador de ese tipo, pero necesario porque facilita tomar decisiones en construcción y compra de viviendas
Mastrángelo amplió la escala a la ciudad para señalar que en esa dimensión intervienen múltiples factores, como el funcionamiento, la morfología, el ordenamiento territorial, la definición de los usos que inciden a su vez en los desplazamientos, el uso del transporte para combinar las diferentes actividades de los habitantes urbanos. Todo ello, recordó, implica uso de energía.
Ya en lo individual y cultural, otro eje es el del consumo responsable, porque “cada objeto lleva implícita una cantidad de energía para su fabricación”, y todo ello debe ponerse en juego para el desafío en la transición ante la obsolescencia de un modelo contaminante e inequitativo.
La investigadora y funcionaria explicó que desde hace años los esfuerzos en el ámbito municipal están centrados en un plan de acción climático que busca identificar y acelerar medidas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero como contribución local al problema planetario. “Estamos a tiempo de mantener para 2050 el objetivo de un incremento de temperatura por debajo de los 2 grados respecto de la media en la era preindustrial”, se esperanzó, mediante la herramienta de emisión neutra de carbono.
No es teoría, aclaró, porque los efectos del calentamiento climático ya se sienten en las comunidades, al margen de los avisos provenientes de la ciencia. El compromiso de Rosario no es por el volumen de sus emisiones en el contexto global, sino por responsabilidad. Y excede el objetivo de reducir los modos y actividades contaminantes, porque incluye la construcción de estrategias para adaptarse al cambio climático, para lo que la ciudad tiene que cambiar su estructura y dinámica.