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Dos pueblos rehenes de una violencia sin fin

Israel y Palestina se encuentran atrapados, desde hace 75 años, en un enfrentamiento sin salida a la vista. La deuda de la denominada “comunidad internacional” con esta región es enorme, por acción y por omisión. Los intereses económicos y geopolíticos de las grandes potencias permanecen inamovibles y mantienen un statu quo que cuesta sangre de población civil

Por Pablo Bilsky

Docente de la UNR y periodista especializado en política internacional

Los pueblos de Israel y Palestina se encuentran atrapados, desde hace 75 años, en una violencia endémica, sin fin ni salida a la vista. La incursión a territorio de Israel de milicianos de la organización Hamás del sábado 8 de octubre, que ya derivó en una guerra abierta de consecuencias impredecibles, reinició el círculo vicioso. Pero esta violencia, que aparece en los grandes medios solo cuando cobra cierta magnitud, en realidad, forma parte de la vida cotidiana de ambos pueblos. La deuda de la denominada “comunidad internacional” con esta región es enorme, por acción y por omisión. Los intereses económicos, geopolíticos y militares de grandes potencias permanecen inamovibles y mantienen un statu quo que cuesta mucha sangre. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) hace llamados a la paz que son una muestra más de su impotencia.

Todos los enfrentamientos armados entre Israel y la resistencia palestina tienen un macabro denominador común: la mayoría de las bajas son civiles. Y, además, con un alto porcentaje de niñas y niños masacrados o heridos.

Un repaso por los más recientes estallidos de violencia armada en esa región permite comprobar que, efectivamente, los civiles son utilizados como “carne de cañón” de intereses que los exceden y muchas veces les son lejanos, ajenos o desconocidos.

En 2021, los enfrentamientos comenzaron con protestas de pobladores de Gaza en la frontera. La represión por parte de Israel derivó en un nuevo capítulo sangriento de este largo conflicto, con 253 palestinos y 10 israelíes muertos.

Entre 2018 y 2019 había sucedió algo similar, con un saldo de 312 palestinos muertos y sin bajas israelíes.

El estallido de 2014, que se inició con un ataque de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) a la Franja de Gaza, pasó a la historia como “la masacre de los niños”. De los 2.310 palestinos muertos, más de 500 fueron niñas y niños. En esa oportunidad Israel sufrió 66 bajas.

Desde enero de 2008 hasta septiembre de 2023, el 95 por ciento de las víctimas mortales relacionadas con el conflicto —6.407— son de origen palestino, según datos de la ONU.

El enfrentamiento tiene raíces históricas profundas y complejas. Es multicausal. Y constituye un ejemplo notable de la necesidad de conocer el contexto histórico para entender las noticias de hoy. De lo contrario, no solo no se entienden los hechos, o se los entiende de forma incompleta, sino que nos exponemos a la manipulación. Sin reponer el marco histórico es posible, incluso, construir una noticia falsa a partir de datos verdaderos.

Para comprender lo que sucede hoy es indispensable remontarse hasta 1947, cuando la ONU realizó la partición del territorio perjudicando a los palestinos. La población árabe representaba por entonces el 67 por ciento, mientras que el pueblo judío era el 33 por ciento. Sin embargo, el 54 por ciento del territorio fue destinado a la creación del Estado de Israel, y el 46 por ciento para un estado palestino. Aquí debemos buscar la violencia fundante de todos los enfrentamientos que se vienen produciendo en la región.

Fue apenas el comienzo. Hoy el estado palestino (que fue reconocido como tal por 94 países en 1988) apenas ocupa el 15 por ciento del terreno. El 85 por ciento está en manos de Israel, que fue ocupando territorios palestinos en forma violenta, desalojando familias e incumpliendo en forma sistemática todas las resoluciones de la ONU que instan a detener esos atropellos.

Actualmente, la ONU considera Palestina como territorio ocupado ilegalmente por Israel y exige a las fuerzas de ocupación abandonar el territorio y regresar a los límites establecidos en la resolución 181.

Por eso, más allá del horror que padecen ambos pueblos, es históricamente insostenible poner en paralelo o emparejar a las partes enfrentadas. Israel es una potencia militar y nuclear de primer orden, que cuenta con la ayuda de Estados Unidos y la Unión Europea y una de las fuerzas armadas mejor entrenadas del mundo, con tecnología de última generación.

La Franja de Gaza es un territorio ocupado militarmente y bloqueado por tierra, mar y aire. Una suerte de cárcel a cielo abierto. Allí viven hacinadas y hacinados, en 365 kilómetros cuadrados, más de 2.300.000 habitantes. La provisión de agua, luz y gas es deficiente y en buena medida está supeditada a la voluntad de la potencia ocupante. Más del 80 por ciento de la población depende de la ayuda humanitaria. El desempleo supera el 55 por ciento y más del 60 por ciento se encuentra por debajo del nivel de pobreza.

Esta situación se agravó tras el reinicio del conflicto. Israel, como respuesta al ataque del sábado 8 de octubre, dispuso que el bloqueo, el cierre y el asedio sean totales, desconociendo una vez más las disposiciones de la ONU.

El Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Volker Turk, alertó que el “asedio total” de la Franja de Gaza por parte de Israel está prohibido por el derecho internacional humanitario dado que “pone en peligro la vida de los civiles y les priva de los bienes esenciales para su supervivencia”.

“Cualquier restricción al movimiento de personas y bienes para llevar a cabo el asedio debe ser justificado mediante necesidad militar”, señaló el comisionado en un comunicado emitido luego de que las autoridades israelíes suspendieran el suministro de electricidad, agua y combustible. La situación podría llevar a un “grave empeoramiento de la situación humanitaria y de Derechos Humanos en Gaza”, incluida la capacidad de las instalaciones médicas, que podrían ver imposibilitadas sus operaciones a medida que aumenta el número de heridos, agregó el funcionario de la ONU mientras las bombas siguen cayendo sobre población civil, incluso sobre escuelas y hospitales de esa organización.