Leda Bergonzi es mujer, casada, con hijos, no pertenece a la institución católica y congrega multitudes en Rosario, no sin tensiones con las autoridades eclesiásticas. Un análisis de por qué surgen referentes religiosos como ella
Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, investigador del Conicet y profesor plenario de la cátedra “Historia Social Argentina” y del seminario Sociedad y religión en la UBA, Fortunato Mallimaci conversó con el programa La Marca de la Almohada sobre el contexto en que emerge la figura de la “sanadora” que congrega multitudes en el predio de la ex Rural en Rosario.
Mallimaci destaca que con otros investigadores lleva adelante una “lectura constante de las transformaciones socioreligiosas para comprender qué pasa en la sociedad argentina“. Es, dice, su “prisma” de observación para entender las maneras de comportarse de personas, grupos e instituciones, que expresan lo que se transforma, lo que sigue y lo nuevo.
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El sociólogo admite que un caso comparable, aunque diferente en la ciudad, es el del Padre Ignacio Peries, nacido en Sri Lanka desde barrio Rucci. Está investigado, hay numerosos trabajos sobre el mismo, señala. Pero distinto: Ignacio es un varón célibe, típico de la Iglesia católica, pero con el carisma necesario para congremar a decenas de miles de personas.
De regreso a Leda, Mallimaci la inscribe en la historia: “La sanación forma parte de los bienes que los grupos religiosos distribuyen, y en este caso con una particularidad que tampoco es inédita: una mujer con supuestos dones y carisma. Tiene una historia muy fuerte de lectura en la institución, de acompañamiento, de crecimiento”. Agrega que forma parte del movimiento carismático, “que creció mucho en América lationa y disputó espacios con el pentecostal” del cual surgió. Se trata de una comunidad que hoy, como en otros momentos, goza del apoyo de las autoridades católicas. Antes, en las décadas de los 60, 70 y 80, como contrapeso de las corrientes politizadas que se referencian, entre otros, con los llamados curas del tercer mundo.
Nada es lineal, aclara Mallimaci. “Hay una tensión fundada en el crecimiento de una mujer, para colmo pública, casada y con hijos, y la expansión de su presencia que la lleva de una pequeña comunidad a la Catedral y de allí al escenario de la ex Rural” a causa de la creciente multitud que convoca.
“Las personas que acuden creen, y ella no se cansa de reptir que no es la que cura ni la que trae la salvación sino que es el proyecto: la Iglesia, el seguimiento a Jesús, el seguimiento a Dios”. Es, explica, “una forma de contener la posible reacción de una institución que controla y regula los bienes religiosos a través de la historia”.
El investigador destaca que “la salud en el cristianismo tiene una larga historia, a veces leída como ignorancia, otras como demandas insatisfechas de las instituciones legítimas de las medicinas”. Y añade que “el cristianismo ha basado una parte de su presencia en la cercanía con los enfermos, o los que se creen enfermos”.
Se trata, explica, de una “liberación por la sanación, como en otro momento fue más relevante la sanación por la acción social“. Y se inscribe en un derrotero por el que la creencia ha dejado de estar circunscripta a las parroquias. “Hay un extendido individualismo de la creencia, y una migración, por ejemplo, del catolicismo al evangelismo. O hacia la no religión en protesta contra esa institución lo mismo que contra el Estado”, refirió. En eso, agregó, hay similitudes con Uruguay, Brasil y el sur de Chile, pero no con el resto de América latina.