Bajo el título “Construir el reino. Política, historia y teología”, se trata de un texto coral que estudia las múltiples dimensiones de la jefatura vaticana que encabeza el argentino Jorge Bergoglio: los cambios, las permanencias y los desafíos
Diego Mauro es licenciado en Historia y doctor en Humanidades y Artes, investigador del Conicet y docente y coordinador del Doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Rosario. Sus primeras investigaciones sobre la vida política argentina en las décadas de 1920 y 1930 dieron paso a un nuevo interés: la historia del catolicismo y la secularización, desde lo global a lo local. Estuvo en los estudios de Radio Universidad para hablar con el programa ABC sobre el último libro en el que oficia como autor y que coordinó junto a Aníbal Torres.
“Pasó una década, un período suficiente para hacer un balance”, argumentó sobre la propuesta y el momento de publicación. Se trata de una construcción colectiva, explicó: “reúne a teólogos, historiadores, politólogos, del ámbito de la Iglesia y de fuera del mismo”. Como dato sobresaliente, mencionó que el prólogo es de Emilse Cuda, una teóloga argentina especializada en moral social católica, profesora universitaria y oficial de la Curia romana que algunos describen como “la mujer que sabe leer al papa Francisco” y Mauro considera “una especie de mano derecha intelectual” del pontífice.
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La idea del libro, siguió el historiador, es analizar “qué cambios introdujo y los desafíos” pendientes. Con la singularidad, siempre presente, de que se trata de un papado con “una fuerte impronta política”.
Al respecto, Mauro recalcó los varios cambios que siguieron a la elección de Bergoglio para reemplazar al alemán Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI que había cultivado un perfil académico e impreso un sesgo conservador a la Iglesia. “Francisco tiene una idea más explícitamente política del papel del catolicismo”, retoma el rosarino. Y se abrió a dimensiones que imponen los tiempos pero que el Vaticano se rehusaba a abordar, desde la ambiental hasta la social y la de género. En parte, afirma, eso tiene que ver con su historia previa, como arzobispo de Buenos Aires.
En esos temas, dijo Mauro, produjo no pocos revuelos en la institución. En Roma, claro, pero también en la Argentina, ejemplo de lo cual fue la reciente designación como arzobispo de Buenos Aires de Jorge García Cuerva, un sacerdote activo en los barrios populares que comparte la visión pastoral del pontífice.
Francisco, insistió el compilador del libro, “recupera los tonos más potentes del cristianimo”. Para poner un caso de esto último, recordó su encíclica Fratelli tutti de 2020, que remite a san Francisco de Asís y donde toma palabras de san Gregorio Magno: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les damos nuestras cosas sino que les devolvemos lo que es suyo”. Un sacudón a los paradigmas vaticanos con las voces cristinas. Otro, de similar estilo, es el que impulsó respecto al valor y lugar de la “propiedad privada”.
¿Sorprendió e incomoda, o no, a la curia que lo votó hace una década? La pregunta es pertinente, y Mauro recuerda que lo designaron “para que apague los varios incendios” de una institución a la que comenzó a dirigir con “varios frentes abiertos” antes y durante el papado de Benedicto. Entre ellos, las denuncias de pederastía y el retroceso, sobre todo en América latina, a favor de los evangelistas.
Hubo muchos avances en sentido de una mayor apertura, siguió el rosarino, pero muchos de ellos son aún, interpretó, muy “frágiles”.
Con avances, retrocesos y grises, Mauro consideró que “el punto fuerte” del papado de Francisco está enfocado en lo que se conoce como el magisterio social de la iglesia: potenciar la cuestión social, interceder en el conflicto entre capital y el trabajo, valorar la economía social. Incluso, dejar de lado la idea de conciliación de clases. Todo ello, recordó, lo acercó a sectores de centro izquierda de Latinoamérica.
El historiador de la UNR reseñó que otro aspecto en el que Bergoglio como Papa avanzó, por imperio de la época pero también voluntad propia, es en la agenda de género y de diversidad, siempre en el contexto de lo que permite una milenaria institución conservadora como la Iglesia. El bonaerense apeló, en ese intríngulis, a un precepto franciscano: una cosa son las normas y otra la situación en la que operan. Así pudo, en 2016, autorizar a los sacerdotes absolver a las mujeres que hayan interrumpido un embarazo, sin dejar de considerarlo un “pecado”. Pero ahora, con la prescripción de que lo propio de la Iglesia no es juzgar, aislar y menos excluir.