La escritora llega a Rosario para presentar “No traigan flores”, un espectáculo performático de lecturas personales con una puesta artística y musical. En diálogo con La Marca de la Almohada, brindó detalles de esta obra, a la que concibe como una nueva manera de comunicarse con sus lectores
Tras agotar el Teatro Coliseo de Buenos Aires y la Sala de las Américas en Córdoba, Mariana Enriquez llega al Teatro El Círculo para presentar “No traigan flores”. Se trata de un espectáculo integral donde compartirá una selección de textos propios narrándolos en primera persona, acompañada de una puesta artística y musical. Alejandro Bustos será el encargado de crear visuales con arena para profundizar este viaje onírico y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado proyectará sonoridades en esta y otras dimensiones. Será el próximo 12 de julio a las 21 horas.
En comunicación con La Marca de la Almohada, la escritora y subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 Mariana Enriquez, brindó detalles de esta propuesta performática donde repasa obras personales y periodísticas. Una selección que no se renueva en función del público, sino que va cambiando para mantener la frescura y lo espontáneo: “Que no se vuelva un mecanismo, que a mí misma me sorprenda”. Tampoco repite los mismos chistes “si no es un embole. Mi idea es que esté vivo, que no sea como un espectáculo de teatro”, explicó.
“La dramaturgia es una forma de literatura”.
En “No traigan flores”, mientras ella interpreta, Alejandro Bustos aporta sus dibujos en arena: “Son efímeras las obras, las hace arriba de un artefacto muy extraño y las va cambiando mientras yo leo”, contó con más desconocimiento que misterio, “yo nunca lo había visto”. Si bien hay algunas imágenes esbozadas, Bustos juega con la improvisación y las hace desaparecer en cuanto mueve la arena. “Es una cosa bastante fantasmagórica”, expresó la autora de Nuestra parte de noche, la novela que la alzó como ganadora del Premio Herralde en 2019. Por su parte, el Mono Hurtado hace sonar unos bajos inquietantes acompañando el clima de los relatos, que no sólo ahondan en el terror, también se entremezclan con lo lúdico: “El espectáculo es bastante divertido”, comentó.
Sobre la gesta de “No traigan flores”, Enriquez explicó que la idea surgió “por dos cuestiones que se unieron”. Una de ellas, se generó en las redes sociales: un aluvión de lectores comenzaron a mandar una suma de expresiones artísticas a modo de Fan art inspiradas en sus personajes -dibujos, ilustraciones, pinturas, tatuajes-, aunque también retratándola a ella misma, algo que le causa “un poco más de pudor”: “¡Algunos hacen mates con mi cara!”, expresó con sorpresa.
Esa manifestación artística dio el pie para que los productores del programa de radio donde ella trabaja le dijeran: “Hay un público que puede tener ganas de verte leyendo en un contexto muy estilizado”. Fue un salto rockero desde un noveno piso y salió bien: “Por ahora funciona. Es algo que me está divirtiendo bastante”. La puesta en escena con un vestuario particular, con música e imágenes generándose en vivo funciona como otra manera de comunicarse con los lectores, más allá de los libros: “La lectura es muy expresiva. Durante mucho tiempo se hizo en público, sobre todo para gente que no sabía leer. La dramaturgia es una forma de literatura”.
“No siempre tenés algo para decir y está bien”.
Acerca de las expectativas de líder de opinión que pone la sociedad o incluso los mismos medios de comunicación en una figura que toma cierta relevancia, Mariana sostuvo que no se siente una intelectual pública. Duda permanentemente, tiene pocas certezas. “Creo que no tengo autoridad como escritor porque el escritor sabe de poesía. Yo te puedo quemar la cabeza durante 5 horas con (Arthur) Rimbaud, pero ¡yo no sé sumar!“, comentó jocosa.
Aunque aclaró que hay personas que sí tienen esa formación: “Escucho a Martín Kohan, por ejemplo, que es un intelectual brillante, un tipo que estudió muchísimo la literatura en relación a la política y tiene autoridad para hacerlo. Pero no me parece necesariamente que eso es lo que tengan que hacer todos los escritores”.
Cuando más sintió la presión de tener que opinar fue en pandemia: “Todo el mundo me decía esto se parece mucho a tus libros. En mis libros salen demonios y fantasmas, en otros cementerios, en otro está Silvina Ocampo y nada de eso se parece un virus. Yo no tenía idea. Me estaba poniendo alcohol en las manos, estaba lavando los pepinos con lavandina”. Ella también pensaba que era cosa de tres semanas. Su mamá, siendo médica, se mostraba más pesimista. “No estaba teorizando existencialmente acerca del mundo, estaba en otra. No siempre tenés algo para decir y está bien”.
“Es un género que universalmente gusta”.
El primer libro que pidió a su familia era de mitología del litoral y el primer acercamiento que tuvo a los relatos de terror fue por su abuela, que era correntina. Cuando Mariana era chica, le contaba historias espeluznantes. Siendo una joven de 21 años, en 1995 escribió su primera novela Bajar es lo peor. En 2017 fue galardonada con el Premio Ciutat de Barcelona en la categoría «Literatura en lengua castellana» por Las cosas que perdimos en el fuego, un libro de cuentos que en su contratapa avizora el impacto: “Con la cotidianidad hecha pesadilla, el lector se despierta abatido, perturbado por historias e imágenes que jamás conseguirá sacarse de la cabeza”.
A Mariana Enriquez se la conoce por el terror y le parece bien. “Es un género que está aparentemente ninguneado pero a la gente le encanta”, dijo. Sus historias dan prueba de un bagaje cultural inmenso y son muchos los condimentos latinoamericanos que se entrelazan en ellas. Destaca la cosmogonía de los pueblos originarios “que van desde lo muy terrorífico hasta lo espantoso”, las imágenes del cristianismo que se inmiscuyen en esos paisajes.
Pero también “nuestras dictaduras, las violencias de nuestras sociedades, el problema narco que en muchos países se vuelve macabro”. “Esos son los elementos que yo uso, todo ese caldo que hay en América Latina, con las particularidades de Argentina que son más, entre comillas, leves que en otros lugares”, detalló. Y a modo de ejemplo, sostuvo: “Lo que me interesa es que en mi barrio en Lanús había un montón de casitas que en el porche, al lado de la puerta, tenían un pequeño santuario incrustado que cuando vos te acercabas pensabas que era la virgen de lujan y resulta que era la difunta correa con el bebé mamando, una cosa totalmente siniestra. Cuando lo desnaturalizás te das cuenta“.
Finalmente, la escritora contó que se encuentra trabajando en una nueva obra en la que aborda a una de sus bandas favoritas, Suede, un grupo británico de rock alternativo que tuvo sus inicios en 1989. Lo hace desde la perspectiva de una seguidora fiel. Y agregó que en lo fandom también encuentra curiosidad: desde la artimaña de congelar jugadores por la Copa Mundial de Qatar 2022, hasta el fenómeno “swiftie” que se arremolinó ante la noticia de que Taylor Swift visitaría pronto a Argentina; todos rituales que se configuran como “nuevas religiosidades paganas”.
“Hay algo de esa pasión y de esa devoción que me parece muy vital, muy divertida. Y también me interesa porque tiene un lado oscuro muy importante, el de la obsesión”.