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“La violación, una práctica política”

Por Virginia Giacosa

En Auckland, un periodista preguntó a las mandatarias neozelandesa, Jacinda  Ardern, y finlandesa, Sanna Marin,: “¿Se reúnen ustedes porque tienen la misma edad y muchas cosas en común o pueden los neozelandeses esperar acuerdos entre nuestros países más adelante?”.

¿Habrán tenido que responder alguna vez el ex presidente estadounidense, Barack Obama, y el ex primer ministro neozelandés, John Key, algo similar tras una reunión de trabajo? ¿A alguien se le ocurriría preguntarle algo así a dos varones ocupando cargos de poder?

Las mandatarias recogieron la pregunta machista en medio de una rueda de prensa y fueron contundentes en la respuesta: “Nos reunimos por ser primeras ministras y no por ser mujeres”.

En la última sesión de la Cámara de Diputados de la Nación, el titular del bloque PRO, Cristian Ritondo, dirigió un gesto misógino a Cecilia Moreau, presidenta y primera mujer en la historia al frente del cuerpo legislativo. La seña que hizo el diputado con sus dedos trasciende lo obsceno y refuerza la violencia sexual.

En España la ministra de Igualdad y Género, Irene Montero, fue insultada en el Congreso por diputadas y diputados de la ultraderecha.

Carla Toscano, de Vox, que se caracteriza por dar discursos contra las feministas dijo de Montero: “El único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”.

Fue Irene Montero quien reinstaló por estos días el debate en torno a la cultura de violación en la arena política. Término que los feminismos de los años 70 utilizaron en Estados Unidos para señalar la naturalización de la violencia sexual hacia las mujeres.

Pero la cultura de la violación se hace carne en la práctica política. Sucede cuando un diputado como Ritondo hace el gesto con los dedos de penetrar a una mujer y cuando una mujer como Toscano, desprestigia a otra acusándola de haber llegado a su cargo gracias a una relación sexual. Y subyace en el caldo de cultivo que compone esa pregunta machista que un periodista se siente habilitado para hacerle a una mujer de la política pero no a un varón.

Es sabido que la representación de mujeres y disidencias en los cargos públicos todavía es insuficiente, pero eso no es todo. Lo peor es la reacción conservadora que intensificó las formas de discriminación y de violencia hacia las que llegan.

En 2019 se incorporó a la ley 26.485 de Protección Integral de Mujeres la violencia política como la “intimidación, hostigamiento, deshonra, descrédito, persecución, acoso y/o amenazas, que impiden o limitan el desarrollo propio de la vida política o el acceso a derechos y deberes políticos”.

Un reciente relevamiento federal sobre este tema realizado por Proyecto Generar   reflejó que 7 de cada 10 entrevistadas sufrió algún tipo de violencia política mientras militaba (78,8%), cuando era candidata (15,1%) o como autoridad electa en la función pública (20,7%).

“De lo personal a lo colectivo. Una radiografía de la Violencia Política en Argentina”, es el nombre del informe estadístico que pretende reflexionar sobre las experiencias militantes y generación de consensos previos que podrían dar paso a la acción colectiva para contrarrestar la situación de la violencia política en el país.

Además de contar con datos duros sobre la problemática el relevamiento concluye con la voz en primera persona de quienes atravesaron la experiencia. Agresiones a través de redes sociales, correos electrónicos anónimos con amenazas, señas para silenciar sus opiniones en una reunión, relegadas a tareas menores, chistes misóginos, ofrecimiento un puesto a cambio de salir con algún varón de la organización, son algunas de las violencias que narraron las entrevistadas.

El 2022 será recordado en Argentina como el año en que quisieron matar a la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. El ataque tuvo un componente de odio que es imposible de desacoplar de la violencia política y de género al tratarse de una mujer (“magnifemicidio” lo llamó la pensadora Dora Barrancos) con tamaña investidura. 

Si la cuarta ola feminista tuvo su impacto a nivel global, lo mismo parece suceder con la contraofensiva conservadora. Preocupa que frente el aumento de la participación política de las mujeres, la tendencia general sea de más machismos, más discriminación, más violencias sexistas y políticas, más cultura de la violación. Cómo sobrevivir a las consecuencias de eso que combatimos, es el desafío.