Un día y otro también. Un mes si, y otro también. Un año si, y otro año…también. Desde comienzos de 2020, incluso antes de que la pandemia diera vuelta el orden de las cosas en todo el mundo, las quemas en las islas del Delta del Paraná se convirtieron en un paisaje lastimosamente habitual para los habitantes ribereños del sur de Santa Fe. La sequía persistente y la prolongadísima bajante del río, que ya lleva tres años, expuso con crudeza que cuando la naturaleza no hace su parte (tener agua en el sistema para apagar el fuego), el Estado no logra hacer la suya.
Desde el verano 2019/2020 hasta mediados de 2022, el fuego se devoró cerca de la mitad del Delta (que tiene una superficie total de 2,3 millones de hectáreas) y, con él, parte de su biodiversidad, riqueza y capacidad de mitigación del calentamiento global.
La destrucción que dejan quemas de semejantes dimensiones temporales y geográficas son difíciles de cuantificar, pero se despliegan en muchas dimensiones e impactan en lo inmediato, así como también en el mediano y largo plazo. Lo más visible e impactante es el fuego y la destrucción de la flora y la fauna del lugar, así como el humo que contamina el aire que respiran decenas de miles de personas.
A mediano y largo plazo, lo que está en juego es la salud socioambiental de toda la región y la provisión de beneficios ecológicos del humedal, un ecosistema clave a la hora de mitigar los efectos de la crisis ecológica global, que tiene al calentamiento como su cara más visible.
Ante las evidencias científicas y empíricas de la crisis ecológica global (que en nuestra región se expresa, entre otras cosas, con temporadas de quemas más prolongadas y severas), existe una creciente conciencia social sobre la importancia de cuidar la naturaleza, al menos como instinto básico de supervivencia de la especie.
La participación de jóvenes en organizaciones socioambientales, las movidas en redes sociales, las juntadas de firmas, las decenas de movilizaciones callejeras, las kayakeadas, las peñas, las pintadas y ahora también una poderosa Convención Internacional de Historietas reclamando por una Ley de Humedales muestran que la sociedad, o una parte importante de ella, entendió de forma clara que sin ambiente sano no hay salud humana, ni economía que funcione, ni generación de empleo ni menos aún ingreso de divisas para sostener proyectos eldoradistas que no han aportado, hasta ahora, riqueza ni igualdad social.
Patricia Kandus, bióloga y prestigiosísima “humedóloga” de la Universidad de San Martín (Unsam), dice que los humedales cuestionan la lógica binaria de nuestra cultura y de la propia ciencia, que estudia al agua y a la tierra por separado pero que aún se desconcierta ante este territorio anfibio, a veces seco, a veces inundado.
Los Humedales son, hoy, el último gran refugio de la naturaleza en Argentina. Domesticados ya los pastizales y los bosques por la acción humana y el corrimiento de la frontera agropecuaria, este ecosistema que en el Delta se despliega entre verdes y marrones es el último gran parche de biodiversidad. El mejor aliado para garantizar la salud de todo el sistema.