Por Leandro Arteaga
Redactar una nota sobre los premios Oscar, las nominaciones y demás, no es fácil. Se cuelan varias consideraciones, y mientras se escribe surgen otras. Como sea, el Oscar continúa como un parámetro válido al momento de pensar lo que todavía se dice “cine”. No viene al caso considerar que las películas (norteamericanas) no sean tan gloriosas como tiempo atrás o no sé qué, porque aun siendo cierto nada impide considerar al Oscar como, decíamos, parámetro. En otras palabras, la mención del Oscar suscita interés, aumenta el alicaído corte de entradas, interactúa con las plataformas, y hace que –más o menos, todo hay que decirlo– se siga hablando de cine. Por otra parte, hay una película argentina nominada, y ése no es un dato menor.
Antes bien, los títulos que compiten por Mejor Película son buenos. Por lo menos, varios de ellos. Y son diez (desde no hace mucho esto es así, el Oscar duplicó la cantidad de nominados para mover un poco lo alicaído del negocio). A mi juicio –y dejo fuera de consideración a Women Talking porque aún no la vi, pero dirige Sarah Polley, o sea que debe ser por demás interesante–, resaltan The Fabelmans, Tár, The Banshees of Inisherin, Elvis. Con The Fabelmans, Spielberg logró una de las películas más bellas de su filmografía; Tár es asistir al deslumbre que implica esa actriz excepcional que es Cate Blachett y a la par de consideraciones un tanto polémicas –como la relación entre arte y artista– que suscita la puesta en escena; The Banshees of Inisherin es cualquier cosa menos una comedia (no entiendo a quienes así la postulan) en donde brilla el ánimo sórdido de sus personajes; y Elvis por ser una consumación biográfica loca según un director, Baz Luhrmann, de desborde genial. Por su parte, Avatar –que me gustó, confieso– va por otro lado, tiene que ver con la apuesta al cine de gran espectáculo que vendrá, y no está muy claro cómo será (al menos, así es cómo la siento). La propuesta de Todo en todas partes al mismo no me desvela, pero tiene la virtud de hacer lo mismo que han hecho algunas películas de superhéroes (el Dr. Strange de Sam Raimi, sobre todo) de manera un tanto más “seria”, digamos, con una pátina que justifica aquí su elección (ojo, no es una mala película, sino que a mí no me cierra del todo). La inclusión de Triangle of Sadness, de Ruben Östlund, es una especie de maridaje con Cannes, donde fue premiada, porque de otra manera no se comprende. En lo personal, la película me resulta bastante pedante y regurgita un gag célebre de los Monty Python. En otro orden, Sin novedad en el frente dista, a mi entender, del nivel de otras versiones, en concreto la de 1930; como sea, la siento muy efectista, así como ligada a recursos del cine de terror. Y por último, Top Gun: Maverick es un disparate; que figure como Mejor Película es un reconocimiento a su actor/productor, Tom Cruise, quien sostuvo a sus producciones durante la parálisis de la pandemia.
A partir de aquí, algunas cuestiones tal vez ya leídas en otros lugares. Que Angela Bassett esté nominada por Mejor actriz secundaria por Black Panther: Wakanda Forever es un dislate, no por la actriz sino por el bodrio de la película; sin embargo, permite dar cuenta de la atención puesta al fallecimiento del actor anterior, Chadwick Boseman, y al género de superhéroes, verdadera máquina de hacer dinero en Hollywood. Así como en este caso, hay otras películas que de alguna manera dicen presente gracias a categorías diversas: Ana de Armas y Andrea Riseborough son nominadas como Mejor actriz por Blonde y To Leslie, respectivamente. Brendan Fraser y Hong Chau por The Whale (mejor actor y mejor actriz secundaria); Paul Mescal, Mejor actor por Aftersun, y Bill Nighy por Living. To Leslie no la vi, Blonde no me gustó, Aftersun es de lo más bello que recuerde, The Whale me tiene expectante, y Living también, habida cuenta de ser remake de Vivir, de Akira Kurosawa. Si se repasa a cada una, se apreciará una equitativa distribución de intereses entre un cine más autoral, otro más comercial, la presencia y ausencia de Netflix, el mercado más internacional, etc.; el Oscar sabe muy bien dónde poner la puntería.
A propósito, la mismísima Glass Onion: A Knives Out Mystery figura como Mejor guion adaptado (ay, por favor) al lado, por ejemplo, de Living (cuyo guion está a cargo de Kazuo Ishiguro, fan confeso de la película Vivir, de Kurosawa). Así es el Oscar. Desde ya, otros títulos como Babylon, The Batman, Bardo, El imperio de la luz, quedaron relegados con mayor o menor “justicia” a otras categorías. De paso, Babylon es fascinante, pero a su director la industria ya lo hizo a un costado, habrá que ver cómo sigue el cine de Damien Chazelle de aquí en más. Y ya que estamos, Bardo es un plomazo ególatra de González Iñárritu, sólo le hace falta un manual que explique sus metáforas.
Pues bien, más allá de otras cuestiones que aquí no se tratarán –sólo agregar que el Pinocchio de Guillermo del Toro es mayúsculo, merece el premio en su rubro y cualquier otro habido y por haber–, ahora el apartado dedicado a la Mejor película internacional, ocupado por: Sin novedad en el frente; Argentina, 1985; Close; EO; The Quiet Girl. En primer término, no habrá que anteder demasiado a aquello que dice que el Oscar te abre las puertas y demás; seguramente así sea con algunos profesionales, no con todos. Al respecto, vale recordar la experiencia de Luis Puenzo luego de ganar la estatuilla con La historia oficial y filmar Gringo Viejo en Hollywood: primera y última película allí, no quiso saber más nada con volver a hacer cine en el norte. Por su parte, Vanessa Ragone, productora de El secreto de sus ojos de Campanella, supo señalar en varias ocasiones que el premio Oscar no le cambió la vida profesional ni laboral. Seguro que hay contraejemplos, y el premio, si se gana otra vez –ojalá, ¿por qué no?– favorezca a todo el que sea y se pueda. Lo que no hay que confundir es al Oscar como la oportunidad a la cual querer llegar o arribar cuando, antes bien, se trata de (volver a) consolidar una industria audiovisual propia. Y no otra cosa. Para eso, el Oscar no hace falta.
Si de hilar fino se trata y pensar qué posibilidades tiene Argentina, 1985 de ganar la estatuilla, éstas parecen muchas. Sobre la valía de la película ya hablé y escribí, el film me gusta mucho (salvo alguna consideración personal que aquí no viene al caso). Creo que a su favor “juegan” cuestiones tales como la coincidencia temática que supone con sus predecesoras (La historia oficial y El secreto de sus ojos), la “visibilidad” que Hollywood presta a tales temas (léase aquí: la corrección política que tanto importa a Estados Unidos; el Oscar es un programa de televisión, no hay que olvidarlo), el relato claramente afincado en la tradición de los géneros narrativos clásicos, los premios que la acompañan, el éxito en taquilla y la participación de una plataforma (aspectos para nada menores).
Ahora bien, ¿cuál es la principal “preocupación”? Sin novedad en el frente. El film de Netflix –más allá de que no me gusta demasiado, y me parece políticamente correcto a diferencia del texto fuente– presumiblemente no ganaría en la categoría Mejor Película, pero aquí tiene mayores chances. Pero, atención, es Netflix. Y entre la Academia y Netflix la inquina prosigue. De todas maneras, éstas no son más que elucubraciones inútiles. Mejor, mirar las películas. De las nominadas aquí, pude ver la irlandesa The Quiet Girl, es por lo menos bellísima, de una sensibilidad que ilumina, a partir del vínculo entre una niña y una pareja de tíos lejanos que tendrán que cuidarla durante un verano. ¿Qué tiene que ver esta película con la de Mitre o con Sin novedad en el frente? Solo las vincula la inclusión en una misma categoría, en la cual figura también EO, la más reciente producción del maestro polaco Jerzy Skolimowski; y Close, película belga premiada en Cannes.
En todo caso, lo que importa es el cine. Hay que ver las películas, ir a las salas, discutirlas y alejarlas del término “competencia” porque, al menos en este caso, ninguna podría ser “mejor” o “peor” que la otra. Dicho esto, si la película de Mitre gana el Oscar, bienvenido sea para su director, productor y equipo. Por lo demás, el cine argentino ocurre también de muchas otras maneras.