Antonio Montero, especialista en enfermedades tropicales, cuestionó la centralización de las acciones públicas en medidas coyunturales que “privatizan” responsabilidad y en cambio hizo foco en las condiciones sociales que habilitan la proliferación de enfermedades, un horizonte que está fuera del radar de los Estados. En particular, en Rosario
Montero es director científico del Centro de Medicina Tropical y Enfermedades Infecciosas Emergentes, que funciona en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR. En diálogo con el programa ABC, insistió en una mirada integral y social de enfermedades como el dengue, que aborde el fondo del tema en lugar de apenas combatir sin mucho éxito sus emergentes.
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“El que dice dengue dice fiebre amarilla, y aunque desde 1966 que no hay fiebre amarilla urbana en la Argentina, y pasó un siglo desde el último gran brote, el riesgo está siempre, porque es una enfermedad presente en las zonas selváticas limítrofes con Brasil”, advirtió. Es que se trata de dos virus de la misma familia, el arbovirus del género Flavivirus transmitido por mosquitos de los géneros Aedes y Haemogogus. “De hecho, el dengue podría considerarse como una fiebre amarilla muy leve”, aclaró.
Tras esa referencia, apuntó al eje que, considerò, esá ausente en las intervenciones de los decisores municipales, provinciales y nacionales que reaccionan sólo ante los brotes. “Todas las enfermedades infecciosas son básicamente sociales”, sintetizó el concepto.
“En una epidemia –señaló en esa línea–, la que está enferma es la sociedad más que los individuos en particular”. Porque el dengue es una enfermedad prototípica de la miseria, como la tuberculosis. Es decir, está muy relacionada con condiciones de vivienda inadecuadas, urbanizaciones irracionales, la falta de fuentes de agua segura y de tratamiento de aguas servidas. Porque, explicó sobre las reiteradas recomendaciones de descacharrados, quien no tiene agua potable la junta si tiene que recorrer una larga distancia para proveérsela. Y es entonces cuando se generan los reservorios para el mosquito.
El problema es que la sexta parte de la superficie de Rosario es de asentamientos informales, planteó contra pautas de acciòn incumplibles en un escenario de vulnerabilidad intensa. ¿Cómo se descacharra esa extensión?, preguntó sobre el sinsentido.
“El virus circula en una ciudad donde nadie se molesta en que la gente viva en condiciones dignas. No es vestirse de blanco, descacharrar el fondo de la casa y ponerse repelente, sino generar viviendas dignas y servicios básicos para todos”, abundó Montero sobre el abordaje correcto.
La inacciòn estatal, más en tiempos en que se promociona el retiro de la dimensión pública, incluye la desinformación sobre las vacunas para eludir la responsabilidad gubernamental.
En ese punto, el especialista recordó que hay dos vacunas contra el dengue. Una se comercializa en el país, es cara y el Gobierno nacional no la provee porque apoyado en su eslogan de “no hay plata” (para la salud pública). Es al que da un 60% de protección. Hay otra, de origen japonés, que también ofrece una cobertura significativa. La primera es para pacientes que hayan padecido alguna de las cuatro formas de dengue, correspondientes a los cuatro serotipos del virus. Esas personas tienen un riesgo mayor, si se infectan de nuevo, de tener complicaciones.
La vacuna japonesa, que está a las puertas de la comercialización, está indicada preferentemente para personas vírgenes de infección. Pero, si la excusa –insensible y centrada en lo monetario– es el alto precio, Montero recordó que la Argentina tiene un Consejo Nacional de Investigaciones (Conicet) en el cual hay un equipo que viene trabajando en vacunas contra el dengue nacionales. Lo hace desde hace tiempo, sin apoyo y con escasos subsidios. Por un lado se argumenta que la vacuna importada es cara, y por otro se desfinancian los desarrollos nacionales, expuso una de las tantas contradicciones del discurso oficial.
“Hay autoridades insensibles e ignorantes”, describió al respecto. Se carga la responsabilidad sobre los individuos para desentenderse de la pública.
“La enfermedad es como el plazo fijo: cuanto más se tiene, más intereses da”, graficó sobre la eventual repetición de infecciones en un mismo paciente. Y lo explicó: la persona que se infecta con un tipo de dengue, al cabo de seis meses puede padecer alguno de los otros, porque el virus penetra en unas células del sistema linfático a través de un receptor de anticuerpos, que no lo neutralizan. Entonces, su presencia aumenta el riesgo de que la próxima infección sea más grave.
Sobre la dimensión del brote en el país y en Santa Fe, Montero recordó que el 90% de las infecciones por dengue son asintomáticas, con lo cual las estadísticas oficiales están distorsionadas por un enorme subregistro de casos, ya que se anotan solo los que reclaman la intervención médica.