Por Diego Añaños*
No los voy a engañar. Así como en el 2015 no imaginé un triunfo de Mauricio Macri, ahora tampoco me esperaba el 30% de Javier Milei. Todavía cuesta reponerse del rebencazo y seguramente habrá que esperar que baje un poco la espuma para recuperar el aliento y volver a empezar. Pareciera que hoy todos se están dejando llevar por el miedo o el enojo. El miedo a lo que puede venir y el enojo con los que votaron “mal”. Tenemos miedo porque en la novedad resuenan ecos de un pasado terrible. Estamos enojados porque no podemos entender cómo tanta gente puede atentar contra sus propios intereses. A los que tienen miedo les diría que, ante todo, piensen que los sistemas políticos y los sistemas económicos tienen diques. Existe un margen de varianza muy amplio, pero eso no significa que se pueda hacer cualquier cosa. No es menos cierto, también, que la figura de Javier Milei se asemeja mucho más a la de Jair Bolsonaro (en Brasil) que a la de Donald Trump (en Estados Unidos). Mientras que el norteamericano tenía detrás a un partido, que oficiaba de valla de contención de sus permanentes excesos, el brasileño era un jugador aislado, propietario absoluto de sus votos, y con un juego mucho más impredecible. Aún así, tampoco pudo hacer todo lo que había prometido, porque los límites sistémicos en algún punto operan.
A los que están enojados, les sugiero que traten de “entender”. Y no entendemos porque somos demasiado “cultos”. Formamos parte de ese pequeño porcentaje de la sociedad que se interesa por la política, que se angustia por los problemas colectivos, que se preocupa por conocer la historia y sus impactos sobre el presente. Dentro de esa minoría de la que formamos parte, la figura de Milei está directamente fuera del radar. Probablemente no votaríamos jamás a Bullrich, pero Milei ni siquiera figura en el mapa. Sin embargo, hay un porcentaje muy importante de la sociedad que vota mucho más suelto, menos ideológico, sin tanto límite. No digo ninguna genialidad, pero no perdemos de vista que mucha de esa gente que ayer votó al libertario, votó a Cristina Fernández de Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015. Claro, ninguno de nosotros tendría esa “flexibilidad”, y una deriva de esa magnitud nos parece directamente delirante. Pero existe, y sin ningún lugar a dudas, esa gente tiene muy buenas razones para votar así.
Sin embargo, si bien fue una gran sorpresa, no fue la única. La segunda sorpresa la protagonizó, indudablemente, Horacio Rodríguez Larreta que desde la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y con un fuerte apoyo radical y de otros aliados de la coalición sólo pudo llevarse algo más del 11% de los votos, un poco más de la mitad de los obtenidos por Sergio Massa; y sin llegar a duplicar los votos de Juan Grabois (que arrancó a último momento y peleó virtualmente solo). Casi al borde del papelón. La tercera sorpresa fue la baja performance de Juntos por el Cambio. El acorazado opositor figuraba en todas las encuestas pre-electorales claramente por encima del 30%, digamos entre un 32 y un 35, y sólo pudo superar el 28% con alguna dificultad. Finalmente, no me atrevo a decir que la mala elección de Sergio Massa sea una sorpresa, pero estuvo algo por debajo de lo que se esperaba.
En definitiva fue una elección de tres tercios. La única que anticipó este escenario hace dos meses fue, como siempre, Cristina Fernández. No nos vamos a cansar de decirlo, es la figura política de mayor relevancia en la política argentina y la que suele entender mejor que nadie lo que está ocurriendo. En ese sentido, sería esperable que, al menos de ahora en adelante, se comprometa seriamente con la campaña, cosa que no sucedió, ya que la ex presidenta estuvo virtualmente al margen de la competencia electoral. Si fue porque no quería quedar pegada a la derrota, o si simplemente quería dejarle muy claro a Sergio Massa quién es la dueña de los votos, es un enigma que no estoy en condiciones de descifrar. Lo cierto es que estuvo ausente, y es poco probable que el oficialismo pueda remontarla en octubre sin una Cristina comprometida de lleno.
Algunas lecciones que nos dejan estas PASO. Las encuestadoras se equivocan, pero no para cualquier lado. Sistemáticamente vienen fallando en detectar el voto vergonzante a la derecha, y por lo tanto este aparece muy por debajo de los números reales. En segundo lugar, el espacio donde transcurre la política se ha ido corriendo progresivamente de las calles a las redes sociales. Muchos apuntaban a lo poco multitudinario de los actos de Milei, o a la desaparición del líder de los medios masivos de comunicación tradicionales, pero soslayaban los miles de vivos de Instagram y Tik Tok que reproducían todo lo que estaba ocurriendo. Evidentemente fue uno de los pilares sobre los que se cimentó la victoria.
Para ir cerrando, el impacto económico de la mala elección del oficialismo fue inmediato. El gobierno no pudo sostener la presión y decidió una devaluación del tipo de cambio oficial de más del 22% y un incremento de la tasa de interés de referencia del 21%, en consonancia con las exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI). Si bien se anunció que no habrá variaciones en la cotización hasta las generales de octubre, el impacto sobre el índice general de precios será inevitable, por lo que es poco probable que la inflación se modere en los próximos meses. Luego del anuncio, y casi como una confirmación de la imposición, el FMI hizo saber que liberará remesas por aproximadamente U$S8.000 millones en agosto, mientras que llegarían otros U$S2.750 millones en noviembre.
*Docente e Investigador de la UNR – Periodista y columnista de Radio Universidad Rosario