Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Buenos Aires y PhD Pol. Science de la University of California, autor de varios libros y el mayor especialista en administración pública de la Argentina, Oszlak recibió el doctorado honoris causa de la UNR y para Radio Universidad repasó los problemas del Estado argentino, los falsos discursos sobre el mismo y los desafíos frente a los violentos avances tecnológico
“No creo en esa oposición entre Estado chico y Estado grande. Es una enorme simplificación. Lo importante es el Estado correcto, que tenga la dimensión, la envergadura y la capacidad para actuar en aquellas áreas de política que haya definido el Gobierno”. En noviembre de 2024, cuando inauguró la nueva edición del Congreso sobre Democracia de la UNR, Oszlak desgranó algunos de los malentendidos en torno a la gestión de lo común en tiempos de un avance de los discursos, y las acciones, de corte ultraderechista y extremismos pro-mercado.
“(El presidente Javier) Milei advierte que es un topo que llega para destruir el Estado desde adentro, pero no hay ninguna experiencia mundial de que un Gobierno funcione sin aparato institucional. No hay forma. De la misma manera que ninguna empresa puede funcionar sin tener un elenco de empleados que sostenga sus actividades”, pone en caja de la imposibilidad el eje del paradigma libertario de la actual gestión nacional.
“El serrucho declamado no admite la posibilidad de que el Estado pueda llevar adelante las actividades que mínimamente se ha impuesto”, comentó Oszlak y abundó: “Además, este Gobierno no ha explicitado ningún objetivo político más allá de eliminar el déficit fiscal. Es una simpleza señalar que con las cuentas en orden ya está el camino trazado, y que la mano invisible del mercado hará el resto, con el Estado limitándose a unas pocas cuestiones en materia de Justicia, relaciones exteriores o defensa. Ni siquiera educación o salud, porque todo ese aparato debe ser destruido”.
Oszlak es Investigador titular del Área Política y Gestión Pública del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y Director de TOP (Tecnología para la organización pública), sociedad de consultoría, asesoramiento e investigación en el campo de administración pública.
“Cuando alguien llega con motosierra y licuadora, artefactos ambos muy ruidosos, algunos se entusiasman. Pero un nuevo diseño institucional no se consigue cortando por cualquier lado el anterior, señaló sobre el actual momento disruptivo. “Es lo que pretenden con el ARCA, la ex AFIP, anunciado la prescindencia de un número muy elevado de agentes. Sin criterios, a lo sumo desprenderse de quienes no son leales”. Y usó una metáfora para exponer el despropósito: “Si se despide al fagot de la Orquesta Sinfónica Nacional, que es un organismo estatal, qué se hace? ¿Se contrata a otro o se ejecutan obras sin fagot?”
Problemas de arrastre
En línea con el reemplazo del debate sobre el tamaño del Estado por el de un Estado correcto según las políticas públicas definidas, Oszlak repasó los problemas acumulados en el país. “Hay, sin dudas, un grave problema que se arrastra desde hace mucho tiempo en la Argentina, que se dio en otros países, como en Uruguay en la década de los 70, y que designo con un término que acuñé en esa oportunidad, el síndrome sobra/falta“.
No hay homogeneidad, no se puede simplificar, señaló: “Hay sobrantes de personal del Estado, pero también faltantes, porque el aparato burocrático se fue armando de a pedazos a partir de la concepción político-ideológica de sucesivos Gobiernos, cada uno de los cuales entendió que debía impulsar determinados proyectos políticos para los que fueron creando los aparatos institucionales necesarios”.
Lo que sucede, agregó, es que “muchas veces esos proyectos no tienen continuidad, incluso dentro mismo de una gestión determinada, y el aparato burocrático creado sobrevive. Los que llegan, creen que pueden crear un aparato burocrático base cero, borrar lo heredado y generar otro sistema de acuerdo a su orientación política-ideológica. Y esto no es posible“.
El mal ejemplo de Estados Unidos
La ultraderecha argentina pone como ejemplo de un Estado ideal, por su reducido tamaño, el de los Estados Unidos. Pero con cifras que son engañosas, en especial las referidas a la cantidad de agentes que trabajan para el mismo.
“Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, por 1950, los republicanos en el Congreso plantearon que el aparato burocrático del Estado federal no podía tener más de 2 millones de personas. Y desde entonces las cifras no cambiaron demasiado. Pero se fueron contratando empresas privadas que solo están al servicio del Estado, que representan alrededor de 10 millones de personas. P”, aclaró el investigador argentino. “Por ejemplo, un empleado de una empresa de seguridad privada que oficia como penitenciario en una cárcel de Abu Abu Ghraib en Irak. Es un mito que el Estado estadounidense es chico. Hasta los planes de defensa se hacen a través de consultoras privadas.
Los desafíos de la democracia frente a la tecnología y las empresas que concentran los datos
Oszlak citó su libro “El Estado en la era exponencial”, escrito durante la pandemia, que enfoca la pregunta en cuál es su papel frente a un avance prácticamente irrestricto de la tecnología, cuales son las condiciones que tiene que establecer y los riesgos de los nuevos escenarios, al margen de los beneficios que ese avance proporciona.
“Una de las manifestaciones de este crecimiento tecnológico sucedido durante los últimos años es la posibilidad de que el Estado, en lugar de tener una actitud reactiva frente a las demandas sociales, que vaya creando organismos a partir de esas irrupciones, se anticipe a las necesidades de cada ciudadano, y así brinde servicios sin un requerimiento previo”, señaló un ejemplo del que sacar algunas conclusiones.
Esa posibilidad está basada, dijo, en “dos tipos de instrumentos: la interoperabilidad de los sistemas informáticos y las bases de datos interconectadas“.
Mencionó una novedad que está operativa desde hace unos años en Estonia y Austria: cuando nace un niño, los padres reciben sin previa gestión los documentos o la asistencia social, licencias por maternidad o paternidad. Otra, en estudio y de alta relevancia democrática, es la posibilidad de enviar a los dispositivos móviles de los ciudadanos un proyecto de ley que se vaya a discutir en el Congreso o en las Legislaturas subnacionales. Los receptores son aquellos que se verán afectados o sobre los cuales habrá consecuencias por la iniciativa. Entonces, se da la posibilidad de comentar ese proyecto. Y esas opiniones, se tienen en cuenta para eventuales consultas.
Parece pura ventaja, pero Oszlak advierte: “Eso es, en cierta forma, delegar la democracia en los sistemas informáticos. Estamos individualizando, y de hecho el Gobierno desaparece, porque interactúan sistemas“.
Más que los Estados
“Hace 30 años, cuando uno miraba cuáles eran las empresas más importantes del mundo en términos de su patrimonio y sus ganancias, eran todas comerciales e industriales. Hoy, las 10 primeras son todas informáticas. Son las que manejan datos, que tienen como aliados estratégicos a los propios usuarios. Y nada es gratis: esas empresas venden los datos que genera voluntariamente los usuarios. Y la capacidad regulatoria del Estado es mínima. Hay un funcionamiento en la nube, sin localización específica”, marca Oszlak un presente para preocuparse.
Porque se trata de corporaciones que atraviesan las fronteras y son más poderosas que los países: “El valor del capital accionario de las principales empresas respecto del PBI de los países es mucho mayor. El de Facebook es superior al de Argentina, por ejemplo“, sintetiza el panorama.