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La batalla cultural: qué no se leyó, qué se redujo a esencial, qué se regaló a la derecha

La capacidad de percibir una realidad cambiante en la disputa por el sentido, los errores e incapacidades que dejaron el camino abierto a nuevos relatos, lo que hay que revisar, en una entrevista con el sociólogo Daniel Feierstein

Hay un conjunto de transformaciones en los modos en los que percibimos la realidad, que de eso se trata la batalla cultural tal como la denomina la nueva derecha, que efectivamente es una disputa por el sentido. Feierstein, docente de la UBA y de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, dialogó sobre esa madeja a desanudar en el programa Apuntes y Resumen.

Uno de sus elementos es en torno a la explicación de qué nos pasa, quiénes somos, cuál es la realidad propia, quiénes quedan fuera del nosotros, es la forma de utilización del pasado, refirió respecto a uno de los varios aspectos de esa disputa por la interpretación. Cuál es la relectura que se pone en juego en el presente.

Feierstein aclaró que no sólo hay que analizarlo en el espacio que se referencia en el hoy presidente Javier Milei: muchos sectores comenzaron a poner en cuestión acuerdos logrados a partir de décadas de lucha en el seno de la sociedad argentina.

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¿Por qué el avance de esos nuevos relatos y qué hacer? La batalla cultural propuesta por la nueva derecha se inscribe en una serie de derrotas del campo popular que, de no mediar la capacidad para identificarlas, será difícil revertir, advirtió el sociólogo.

Y deslizó algunos de los factores que hicieron posible el escenario actual: hubo, dijo, una identificación de cierta izquierda, en sentido amplio, con varios gobiernos recientes que se puedfen calificar como fallidos, pero que se asumen de izquierda aunque tengan componentes conservadores. Eso abrió la puerta para el regreso de un lenguaje con reminiscencias al que era propio de la guerra fría y a términos como anticomunismo o marxismo. Una imaginería, resaltó, incapaz de dar cuenta del carácter de esas gestiones públicas que así se designaban o acompañaban.

A lo anterior, siguió, se suma que la izquierda más radicalizada, ajena a esas afinidades políticas, sufrió en el país –como en el resto del mundo– un proceso de abandono de sus consignas más estructurales, un proceso que se remonta a los últimos 30 años. Con lo que fue migrando a un tipo de izquierda cultural.

En definitiva, resumió, el corrimiento hacia posiciones más conservadoras o culturales desde las históricas preocupaciones políticas y económicas que se vuelven centrales en los momentos de crisis abrió el camino a la búsqueda de algo diferente: si la izquierda era sólo eso, había que encontrar otra cosa.

Las nuevas derechas plantean aprovecharon el espacio vacío y avanzaron proclamando al debate público como adoctrinamiento. Sobre todo, en los ámbitos educativos y con la instalación de una lógica de desconfianza permanente entre docentes y estudiantes. Es la forma más eficiente de destruir la herramienta más rica de la eduicación pública, que es la capacidad crítica.

La crisis de las izquierdas, sintetizó el sociólogo, abren así la escucha a las nuevas derechas que, a la vez, avanzan con esa fuerte voluntad de clausurar el debate público.

Queda asumir los errores y desandarlos, señaló. Revisar toda la serie de transformaciones en el mundo del trabajo, en la familia, en las formas de socialización, como también la lectura que de ello hacen las generaciones más jóvenes. Y no insistir con discursos que, a lo sumo, fueron eficaces hace 30 años pero hoy no tienen capacidad de interpelación.

Una de los dimensiones del fracaso, ejemplificó, remite a las esencializaciones identitarias, que fueron contraproducentes en alto grado. La pretensión de leer la realidad con el tamiz de un bien y un mal entendidos como esencias que no se pueden transformar. Por ejemplo: el mal del lado de los hombres y el bien, de las mujeres. O, en la misma dicotomía, los grupos occidentales de piel blanca y los pueblos originarios o afrodescendientes. Así se regalaron poblaciones enteras a la derecha. Es “un problema serio” para revisar. No el único, alertó Feierstein