Por Ornela Favani
Lic. Relaciones Internacionales
El sábado 7 de octubre, a días de cumplirse el 30 aniversario de la firma de los Acuerdos de Oslo, la organización radical Hamas llevó adelante un ataque sobre el Estado de Israel que no tiene precedentes, poniendo sobre el tapete que el logro de la paz entre palestinos e israelíes se encuentra muy lejos. Como parte del mismo se lanzaron miles de cohetes sobre el territorio israelí, mientras milicianos de Hamas ingresaban a Israel por tierra, atravesando puestos de control y pasos fronterizos, agua, con pequeñas embarcaciones, y aire, por medio de parapentes motorizados. Según se ha dado a conocer, el ataque dio pie a prácticas tan bárbaras como las violaciones, el asesinato colectivo, la decapitación de menores y la toma de rehenes. Todavía más, en una muestra de sadismo, esta organización radical recurrió a las redes sociales para dar difusión a estos crímenes injustificables.
Por su parte, el gobierno de Israel declaró el Estado de guerra y respondió a la incursión con un mortífero bombardeo sobre la Franja de Gaza, espacio que desde 2007 controla Hamas y que se encuentra sujeto a un bloqueo aéreo, marítimo y terrestre por parte del Estado vecino. Asimismo, se decidió cortar la electricidad, el ingreso de combustible e, inclusive, de alimentos a estos territorios, poniendo en peligro la vida de millones de personas. Todavía más, Naciones Unidas reportó que Israel está atacando instalaciones sanitarias, edificios residenciales, mezquitas y escuelas que acogen a familias desplazadas en Gaza, a la par que denunció que ambas partes habrían cometido crímenes de guerra,
Ahora, si bien sorprende la sofisticación, la coordinación, incluso la magnitud del ataque de Hamas, lo cierto es que este ataque se convierte en una página más de un conflicto que cuanto menos lleva décadas.
En este sentido, hay quienes defienden que el origen de la disputa se remonta a la expulsión del pueblo judío de la zona por parte de los romanos a inicios de la era cristiana, mientras otros lo sitúan hacia finales del siglo XIX, con el incremento de la inmigración judía a la zona, o a inicio del siglo XX como consecuencia del esquema colonial, tras el establecimiento del mandato británico sobre Palestina (Urrutia Arestizabal, 2011: 6). Finalmente, hay quienes arguyen que los orígenes de la disputa datan del momento en que se produce la partición de palestina.
En efecto, luego de que la cuestión palestina fuese llevada a Naciones Unidas por parte de la potencia colonial británica, la resolución 181/11 de la Asamblea General, del 29 de noviembre de 1947, resolvió la partición del territorio en pos de la creación de dos Estados independientes, uno árabe y el otro judío, y de una zona internacional en Jerusalén; tres entidades que estarían unidas por una unión económica.
El 14 de mayo de 1948, el mismo día que Gran Bretaña retiró sus fuerzas, nació el Estado de Israel. Mientras tanto, el Estado árabe cuyo establecimiento también había previsto la resolución 181/11 no se conformó.
En este contexto se desató la primera guerra árabe-israelí, en la cual Israel no sólo logró una victoria sobre sus vecinos árabes sino, inclusive, hacerse del control de Jerusalén Occidental. Mientras tanto, Cisjordania y Gaza quedaron en manos de Transjordania y Egipto respectivamente. Así surgía la problemática de los refugiados, aún hoy no resuelta. A esta primera guerra le siguieron la contienda por el canal de Suez en 1956, la guerra de los seis días en 1967, que dejó por saldo la ocupación por parte de Israel de Jerusalén Este, Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán sirios y la península del Sinaí perteneciente a Egipto. Mientras que, en 1973, se desencadenaba la guerra de Yom Kippur.
Tiempo después, en el marco de la primera Intifada, surgía el Movimiento de Resistencia Islámica o Hamas (conforme su acrónimo árabe), una organización radical que rechaza la existencia misma del Estado de Israel y que apuesta a la conformación de un Estado islámico, que se conduzca por la sharía (ley islámica), sobre la totalidad del territorio de la Palestina histórica.
Si bien Israel firmó la paz con Egipto a finales de los setenta, el acercamiento con los palestinos recién se daría a principios de los noventa. En efecto, un hito en la historia del conflicto fue la firma de los Acuerdos de Oslo, que dieron paso el reconocimiento recíproco si bien asimétrico entre Israel y la Organización para la Liberación Palestina (OLP). Ello, en tanto, la organización palestina reconoció al Estado de Israel, mientras este último se limitó a reconocer a la OLP como legítima representante del pueblo palestino. Asimismo, también en el marco de los citados acuerdos, se firmó la Declaración de Principios, que preveía la creación de una autoridad interina palestina que se encargaría de la administración del territorio que, contrariamente a lo estipulado por Naciones Unidas en 1947, y tras las sucesivas guerras entre ambos pueblos, había quedado bajo control israelí. Además, dicho documento incluía un acuerdo de transferencia de poderes y responsabilidades en Cisjordania y Gaza, que debía regir hasta tanto se arribase a una solución permanente del conflicto. A posteriori, el Acuerdo de El Cairo (1994) tornó efectiva la autonomía de los territorios de Gaza y Jericó. Mientras que, el Acuerdo de Taba (1995), extendió el régimen de autonomía sobre Cisjordania.
Tras un parate en las negociaciones, y el posterior relanzamiento de las mismas con intervención norteamericana, se arribó a la Cumbre de Camp David. Lo cierto es que, más allá de las enormes expectativas que este encuentro despertó, el mismo culminó sin mayores avances. Ello en virtud de las diferencias irreconciliables entre las partes, muy particularmente en lo referente al futuro de la ciudad de Jerusalén. En el marco de un clima de desazón generalizada que derivó de la incapacidad para alcanzar un acuerdo definitivo entre palestinos e israelíes, se desató la segunda Intifada.
A posteriori, las elecciones generales que tuvieron lugar tras la muerte de Yaser Arafat, que dieron por vencedora a una lista que incluía a Hamas, vinieron a complejizar el escenario político palestino, con su consiguiente impacto sobre la evolución del conflicto. Luego de un fallido intento de conformar un gobierno de coalición con Al Fatah, movimiento que encabeza la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y que se disputa con Hamas el liderazgo del pueblo palestino, los roces entre las partes desembocaron en una guerra civil. Tras la misma Hamas se hizo del control de la Franja de Gaza, mientras que Al Fatah hizo lo propio en Cisjordania.
Entretanto, el Gobierno israelí declaró “entidad hostil” a la Franja de Gaza y decidió implementar un bloqueo sobre la misma como represalia al lanzamiento de cohetes por parte de las milicias de Hamas contra su territorio. Las implicancias de esta medida fueron nuevas restricciones a la población, el cierre de los ingresos a Gaza, las limitaciones al ingreso de ayuda humanitaria, cortes de agua, electricidad, solo por citar algunas.
En virtud de lo expuesto, claro está que el ataque de Hamas sobre el Estado de Israel, si bien sorprende por sus características, no resulta una sorpresa en el marco de un conflicto que lejos está de acabarse. En esta dirección, Guterrez, Secretario General Naciones Unidas, aseguró que esta ola de violencia “no surge de la nada”, sino “que nace de un conflicto de larga duración, con 56 años de ocupación y sin un final político a la vista”.
Todavía más, teniendo en consideración los hechos de los últimos días, muy particularmente el lanzamiento de cohetes e intercambio de disparos entre Israel y El Líbano. Asimismo, el ataque de Israel a los principales aeropuertos y puertos marítimos en Siria, en lo que puede leerse como un intento de impedir el envío de armas desde Irán a grupos radicales respaldados por Teherán, incluso se teme a una regionalización del conflicto. Es en virtud de ello la necesidad de atender a la proclama de Guterrez, quien exhortó a las partes a poner fin a un círculo vicioso de derramamiento de sangre, odio y polarización