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Las clases dominantes globales perdieron la compostura y Milei es su emergente local

Doctor en Economía y docente de la Universidad Complutense de Madrid analiza el fenómeno del candidato presidencial que se presenta como libertario en los antecedentes históricos globales y nacionales, y su prédica en el paisaje de desencanto que deja la imposibilidad de materializar una sociedad más justa por parte de los gobiernos progresistas

Desde Madrid, Jorge Fonseca dialogó con el programa Apuntes y Resumen sobre las razones del caudal de votos obtenido por el ultraortodoxo candidato de La Libertad Avanza, inesperado pero que reconoce explicaciones del largo plazo además de las coyunturales

Este es, para el especialista, “un momento global de ofensiva de las clases dominantes“. Las mismas, dijo, “que venían guardando cierta compostura” desde el período de posguerra (1945 en adelante), durante la “edad dorada del capitalismo” contrapesada por la existencia de una Unión Soviética que pretendía universalizar sus promesas de garantías de vivienda, educación y salud y con ello diseñar un horizonte de esperanza para las clases marginadas. Una época, agregó a la descripción, en que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con su inclusión de los sociales y civiles, ofició como una especie de “concesión mutua” de los dos campos ideológicos en pugna global.

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Esos momentos, explicó, fueron un quiebre respecto de la situación de dominio del capitalismo liberal del siglo XIX. Sin embargo, continuó Fonseca el repaso histórico, a partir de los 70, con la gran crisis del capitalismo –por factores económicos como el precio del petróleo, geopolíticos y otros como la caída de contenciones keynesianas– y la posterior implosión del llamado socialismo real, comienza “la ofensiva para volver a las condiciones del siglo XIX“.

La tasa media de ganancia a escala global de la clase que concentra la riqueza, el 1% de la población mundial, comenzó a decaer, hubo una embestida para recuperarla de la mano de doctrinas como las de Milton Friedman. Los primeros correlatos regionales de la nueva vuelta de campana, señaló Fonseca, fueron los violentos períodos de Augusto Pinochet en Chile y Jorge Rafael Videla en la Argentina. En otras geografías, los nombres son Margaret Thatcher en el Reino Unido o Ronald Reagan en Estados Unidos, sin agotar la lista.

Un regresión feroz. El economista de la Universidad Complutense ironizó: “En última instancia, si Marx predicaba que el capitalismo cosificaba al hombre como mercancía, ahora la propuesta es que sea un comoditi“, donde los individuos humanos son sustituibles entre sí e incluso por máquinas o programas digitales.

Con estos antecedentes, “Milei recupera el discurso de la dictadura, pero sin tapujos y aprovechando circunstancias” que hacen posible su existencia y la escucha de la que goza, ya no con el apoyo de la violencia extrema del terrorismo de Estado sino sembrando en un territorio ganado por el desencanto generalizado. En particular, sigue Fonseca, de los sectores trabajadores, porque lo que le han ofrecido los gobiernos populares o progresistas en Latinoamérica, o los equivalentes socialdemócratas en Europa, es la irresolución de los problemas fundamentales como la probreza y la desigualdad e incluso más: los convirtieron en crónicos.

El economista admite una razón de imposibilidad: no pueden cumplir sus  promesas dentro de un sistema capitalista que le asigna, en particular a la región, el papel neocolonial de productor de bienes primarios exportables, una industria acotada y controlada por transnacionales que no acumulan beneficios dentro de las fronteras sino que los giran al exterior, y una oligarquía agropecuaria exportadora nacida con la Independencia que mantiene sus divisas fuera del país. El resultado, una nación saqueada donde la pobreza, a lo sumo y en determinados momentos, se mitiga, pero sin dejar de crecer.

Una economía que exporta bienes primarios e importa bienes y servicios de alto valor agregado deviene en el crónico déficit de divisas profundizado por el histórico comportamiento de fuga de rentas por parte de las élites que las concentran, completó el cuadro Fonseca. Las consecuencias de reiteradas devaluaciones monetarias que generan inflación con pérdidas de capacidad adquisitiva de los salarios, reducen la demanda interna, inducen la recesión y desembocan en una crisis generalizada que funda el desencanto. Y en ese paisaje, un Estado incapaz de siquiera mitigar los costos que recaen en los sectores de la base de la pirámide socioeconómica. Otro correlato es el aumento de la delincuencia empujada por la pobreza, que no va sino contra los pares en el sufrimiento.

A diferencia del totalitarismo de Estado encarnado por Adolf Hitler en Alemania, los ya mencionados Pinochet y Videla, el nuevo escenario se inscribe para Fonseca en un concepto teórico distinto: totalitarismo de mercado. “Es perfecto, capaz de gobernar a través de los mecanismos pseudodemocráticos o democráticos formales”. La universalización de esos mecanismos no deja afuera ni siquiera a ciertos progresismos, como el laborismo británico. Y en la Argentina, celebrando breves y acotadas mejoras dentro de un proceso continuo de deterioro desde el fin del “estado de bienestar” vernáculo a mediados de los 70, cuando la pobreza urbana apenas llegaba al 4% y la rural al doble. Fin de una etapa iniciada con el primer peronismo y sostenida en base a la organización y resistencia populares incluso durante las dictaduras del período.

Todo el proceso desemboca en un estado de cosas que es terreno fértil para la irrupción de Milei. Es un ejemplo local de otros que incluso emergieron en Europa. El Estado ausente completa la base para vender con éxito el discurso neoliberal. En la coyuntura, el oficialismo declamado progresista sólo puede ofrecer un futuro mejor, porque el presente que gestiona no es aceptable.