Sequía, calentamiento global y avance de los negocios inmobiliarios afectan las especies implantadas en Rosario, en general selváticas y europeas. Naturalista y viverista, advierte que hay que mirar hacia adelante y enfocarse en las plantas nativas. No es una cuestión de números, sino de propiedades
“Cultivador serial de árboles”. Así se define César Massi, de pasado como técnico informático y desde hace años dedicado a la observación, registro y difusión de las plantas nativas y las aves. Habló con La Canción del País sobre el arbolado urbano: ¿es sólo plantar más ejemplares o podar con criterio, o se trata de interpelar la tradición europeísta que formateó las especies implantadas en la ciudad para pensar en cuáles se adaptan mejor y ofrecen un mejor servicio ecosistémico? Porque el clima y la ciudad ya no son las de hace un siglo y ahora, advierte, es la oportunidad para revisar, abandonar la inercia y pensar con vistas al futuro
Massi es naturalista, trabajó en el vivero de nativas del Bosque de los Constituyentes de Rosario y en la Reserva Natural de Villa Gobernador Gálvez. Desde 2019, gestiona el vivero de especies nativas “El Tala” en Bigand.
La nota completa se puede escuchar acá ↓
El arbolado de Rosario es complejo, advierte, hay que construir más conocimiento sobre el mismo. Explica que hubo improntas que lo marcaron. Como la del arquitecto y paisajista francés Carlos Thais, el diseñador del Parque Independencia que pobló de árboles selváticos y europeos la ciudad, como hizo en varias otras localidades de la Argentina. Pero hay también especies introducidas por particulares. En el primer caso, pasó un siglo y la realidad cambió drásticamente: la urbe creció en cemento, el calentamiento global impone otro paradigma y hay experiencia de los pro y contra de cada variedad. En el segundo, se trata de intervenciones que en general no apuntan a un criterio de bienestar común ni a un estudio sobre lo más apropiado, sino a gustos u oportunidades particulares.
“Un árbol que se pierde es una sombra que se escapa 10 o 15 años”
El arbolado urbano, repasa Massi, atraviesa un mal momento. “Como los humanos, porque son seres vivos, en una época con tres años duros por la sequía, baja de napas, muchas olas de calor” que, en conjunto, generaron un deterioro en las plantas. Algunas especies más que otras. El tilo, por ejemplo, sufre más. Y los vistosos jacarandás, con las plagas.
El naturalista advierte que es ahora la “oportunidad para adelantarse al estado futuro del arbolado, estudiar las especies que se adapten a los cambios climáticos“. Y analizar “qué no plantar más y qué plantar“. Porque, insiste, “no es cuestión de números (cuántos árboles), sino de particularidades”.
Cuidar, cambiar, estudiar
“La ciudad está en un proceso de negocios inmobiliarios muy agresivos para el arbolado“, describe Massi. Cita el ejemplo de las empresas constuctoras que derriban ejemplares y los malos procedimientos en la renovación de las veredas, como la instalación de cazuelas que amputan las raíces con la consecuencia de caída de árboles ante fuertes vientos o las lluvias que aflojan la tierra.
El daño no es individual, aclara: la pérdida de una planta afecta al conjunto, porque se trata de un ecosistema. Por ejemplo, con los vientos: menos ejemplares para repartir el esfuerzo de resistirlos.
Otras problemáticas también afectan a los habitantes vegetales de la ciudad. Es el caso, menciona el naturalista, de la inseguridad: podas perjudiciales para que las copas no intercepten la iluminación nocturna de las calles, en muchos casos realizadas por el Estado y en otras por los propios vecinos.
Massi enfatiza la necesidad de “cuidar lo que está”. Es que, sintetiza, “un árbol que se pierde es una sombra que se escapa 10 o 15 años“. Y con temperatura que en Rosario cada vez con más frecuencia se acercan a los 40 grados, los efectos de este depoblamiento son evidentes. Hay sectores, como en el centro las calles Santa Fe y San Luis, sin un árbol. Lo mismo, por caso, sucede en la Plaza Montenegro, diseñada como las solares escandinavas, a contrapelo de la situación subtropicalizada del microcentro. Por alguna razón, indica Massi, se decretó que allí no se plantaba nada. Y agrega que si bien debajo hay estacionamientos, con un poco de imaginación se puede instalar verde en macetas o pérgolas. “A veces no se hace nada porque aparece como un complejo de inicio, pero hay tecnología y con un poco de ingenio se puede”.
La sana variedad
Censo Arbolado de Rosario by Claudio de Moya on Scribd
Massi repite que ahora es la “oportunidad para adelantarse al estado futuro del arbolado, enfocarse en las especies que se adapten a los cambios climáticos. Pensar qué no plantar más y qué plantar”. Y, de nuevo, aclara que “no es cuestión de números, sino de particularidades”. No se trata, completa la idea, de cuántos ejemplares hay, sino de tener un buen arbolado y políticas públicas para cuidarlo.
Y refuerza la propuesta: “Hay que hacer cosas diferentes, porque se trata de tiempos medianamente largas pero de escala humana, al menos en lo que respecta a las especies urbanas”.
César admite que muchas veces los términos especies autóctonas y biodiversidad se inscriben en discursos meramente marketineros, pero se trata de características básicas de un buen arbolado urbano. Tener amplia variedad de especies, explica, “agrega dinamismo” al crear un hábitat para más animales (insectos, aves) y la diversidad “mejora la salud” del sistema, porque las plagas y otros factores que atacan una variedad no lo hacen con otras, y el conjunto se defiende mejor de las adversidades. Dice: se usan alrededor de 10 de las 600 especies aptas para este nuevo paradigma que propone.
Massi señala algunas ideas: “Hay que abandonar algunas especies de selva y adoptar las del bosque chaqueño”. Algo de eso hay en Rosario, admite, como el viraró presente hay algunas en el Parque Independencia. En resumen, soltarle la mano al buen francés Thais, reconocerle lo que hizo por el arbolado pero pensar que eso fue hace un siglo, y todo cambió desde entonces.