Por Mauro Aguilar
¿Por qué queremos tanto al Negro? Arriesgo una primera aproximación, carente de toda lucidez, que se destaca apenas por lo obvio. Roberto Alfredo Fontanarrosa nos ha llevado a ese lugar en el que nos sentimos libres, exaltados y felices: el territorio de la risa. Y lo hizo, qué duda cabe, con premeditación y alevosía: una, cien, mil veces.
Hábil, persistente, puntilloso hasta la obsesión, inició ese camino en la revista Boom –a fines de los sesenta– y ya no se detuvo. Sostuvo esa relación con el delirio, con el absurdo, con el disparate controlado, hasta su partida, de la que se cumplen dieciséis años.
¿Por qué queremos tanto al Negro? Una segunda teoría. Roberto Alfredo Fontanarrosa –sus lápices, su pluma inquieta– nos retrató con filosa maestría. Aferrado al orgullo inoxidable que sentía por el barrio, por su ciudad, por los amigos, por el club, por el encuentro, por las costumbres, por los aromas y los afectos, un corpus con el que amasaba una patria común a todos, provoca el milagro de incluirnos en sus cuentos. Todos nos sentimos, de una u otra manera, representados por sus personajes.
¿Por qué queremos tanto al Negro? Porque era talentoso, pero modesto. Porque escapaba de las solemnidades, incluso –o en especial– de aquellas que buscaban subirlo a algún pedestal consagratorio. Entonces, si era necesario, él mismo se encargaba de desmitificar su figura. Si había que mezclarse entre consagrados del lenguaje pulcro y certero, lo hacía, pero, eso sí, reivindicando las malas palabras. Ni ubicado en las marquesinas más imponentes olvidaba su origen, su ADN, su marca identitaria.
¿Por qué queremos tanto al Negro? Porque para los que nacimos en Rosario, ciudad portuaria atravesada por los bulevares, las avenidas y las pasiones futboleras, se ha convertido en una de nuestras banderas. Porque nunca se fue. O dicho de un modo más contundente: porque eligió quedarse. Y ahí anda: sobrevolando cada reunión de amigos. Cada vez que hablamos de fútbol, del amor, de la muerte, de una desilusión o de una conquista.
¿Por qué queremos tanto al Negro? Porque se ha convertido en un antihéroe capaz de lograr una proeza mayor: consagrarse –que es ganarse el respeto, la admiración y el cariño de las mayorías– en una comarca que relaciona el éxito con la distancia, donde parece ser que nadie es realmente talentoso si vive a la vuelta de la esquina. Roberto Alfredo Fontanarrosa, como Albert Einstein, vino para decirnos que eso, como algunas otras teorías, es ciertamente algo relativo.