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Batalla cultural: que todos y todas quienes trabajan se sientan trabajadores en un mundo inclusivo

Amas de casa, diversidades sexuales, mujeres, profesionales, intelectuales y colectivos de la economía popular no son reconocidos, y en algunos casos no se reconocen a si mismos, como trabajadores. Un debate con el eje en las invisibilidades y el camino hacia la ampliación de derechos

Otro 1° de Mayo, Día del Trabajador y la Trabajadora, en una coyuntura difícil. Pero, además, un debate en deuda en torno a qué se habla cuando se habla de trabajadoras y trabajadores: no están todos los que son. Con esos ejes, transcurrió el debate de la Tertulia de Viernes en el programa Apuntes y Resumen.

En la mesa del estudio de Radio Universidad estuvieron Victoria Clérici, del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos) y Pablo Cerra, abogado de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) Rosario. Con ellos, Victoria “Cuqui” Rodríguez, primera delegada gremial y congresal trans de la Asociación Empleados de Comercio, Rita Colli, del Sindicato de Amas de Casa (SACRA) y María de los Ángeles Dicapua, directora del Centro de Investigaciones y Estudios del Trabajo (CIET) de la UNR.

“La sociedad invisibilizó el trabajo dentro del hogar”, inició la conversación Rita Colli. Habló de un largo camino de doble norte: que puedan sentirse trabajadoras y trabajadores, y que la sociedad valore esos trabajos. La referente de Sacra repasó una trayectoria que se remonta a la última dictadura, cuando, con los partidos políticos prohibidos, se sucedieron las discusiones en organizaciones de mujeres. “Uno de los ejes fue no abandonar las banderas del feminismo, con mucho auge en la década del 70”, recordó. Y explicó que ese fue el germen de muchas instituciones, asociaciones de mujeres y de estudios sobre la mujer, en las que también participaron integrantes de los partidos.

Colli continuó marcando la transformación de ese debate: “En aquellos tiempos, estaba centrado en lo conceptual e ideológico, sobre lo que en esos días se nombraba como la liberación de la mujer”. Con el tiempo, y ya al borde de la recuperación democrática, dijo, desde Sacra consiguieron una “síntesis”: “Somos trabajadoras, porque lo que se hace dentro de una casa es un trabajo”. Agregó que el deseo es que esa pelea “no sea un tema femenino”, porque además, “si se reconociera económicamente, seguro no tendría el sesgo de género” actual.

A la par, como muestra de lo que no se reconoce, señaló que “entre el 15 y el 16% del Producto Bruto Interno de la Argentina es trabajo en los hogares”. Algo cambia, aclaró, y en ese sentido mencionó el logro, desde Sacra, de una obras social, un derechos del que carecían hasta hace casi 25 años.

Dicapua aportó la reflexión sobre el entramado profundo sobre el que se asiento lo que había descripto Colli: “La estrategia de invisibilizar el empleo no asalariado es propia del capitalismo. El trabajo nos hace humanos, porque es lo que permite obtener los medios de vida, más allá de las formas particulares y de la explotación laboral”, apuntó. Y a la vez, señaló, “es un gran ordenador de la vida”, tanto en las organizaciones de trabajadores para los empleos presenciales como en los formatos recientes de home office, aún desarticulados en cuanto a la defensa colectiva de derechos.

Cerra abonó en el mismo sentido de exclusiones y autoexclusiones, después de definirse como “trabajador del Derecho” en lugar de abogado. Remarcó que muchos profesionales de su disciplina no se perciben trabajadores, y lo puso como ejemplo de una falencia que consiste en “desvincular lo intelectual de lo material”. Entre otras consecuencias de ese divorcio entre el mundo académico y el laboral, mencionó que “es imposible resolver conflictos si no se está en el territorio”.

El referente de la UOM agregó que el trabajo, también, es transformador: “Sin él, no estaríamos donde estamos”. Pero volvió sobre las intervenciones previas para remarcar que el trabajo “se manifiesta de todas las maneras”, y que hay una “batalla cultural” que continuar: que eso sea reconocido socialmente.

Cuqui Rodríguez enriqueció la lìnea de la conversaciòn desde su referencia en el colectivo travesti trans, históricamente relegado del trabajo y los derechos en general. Sólo un 10% de sus integrantes tiene trabajo formal, cuantificó. Y completò recordando que “recién hace 10 años hay una ley de identidad de género”.

La militante y también parte de la Secretaría de Género de Santa Fe, que es la primera delegada trans a nivel nacional de la Asociación Empleados de Comercio, resaltó la necesidad de generar conciencia en el interior de las organizaciones sindicales para revertir esa persistente negación de derechos al colectivo que integra. “para que cada delegado y cada delegada tenga las herramientas para poder transformar esa realidad en su lugar de trabajo”. El reclamo, aclaró, debe dirigirse tanto a los ámbitos privados de las empresas como al propio Estado. En ese punto, marcó como un avance la existencia, en la provincia, del cupo laboral travesti trans. Pero puso la mirada lejos al señalar como horizonte que ese cupo no sea necesario, que la inclusión laboral se de por la propia dinámica de una sociedad que haya desechado la discriminación.

Clerici, por su parte, expuso otro concepto que se transformò al calor de las luchas: cuando el de trabajador excluido comenzó a discutir sentido con la noción de desocupado, gestada políticamente en la década de los 90 en coherencia con esa coyuntura de expulsiòn del mercado laboral por parte de la experiencia neoliberal del menemismo. Sin embargo, resaltó, de esa realidad surgió otra, que no termina de ocupar su lugar en el reconocimiento social: “Lo que falta en los sindicatos, en las universidades, en los sectores medios y en el propio Estado, es la admisión de que todos los trabajos que han sido inventados por los compañeros (en principio desocupados), son precisamente eso, y hay que formalizarlos”.

El error, continuò la representante del MTE, es “ceder a la idea de que esto es una etapa que va a concluir, y que todos en algún momento van a tener trabajo. Eso es una fantasía”. Desde su posición, añadió que “el trabajo de la llamada economía popular es una estrategia, pero es una generaciòn de productos y servicios que compiten con el mercado y el Estado” aún lejos de una formalización que garantice derechos. Es que, reflexionó, “la economía popular no está excenta de la explotación” y esa realidad debe conjurarse. Como ejemplo, citó la relación entre la industria del papel y los cartoneros.

“La disputa, de nuevo, es por la distribución de la riqueza. Trabajo y trabajadores hay”, redondeó el conflicto en torno a un sector que explica un “porcentaje muy grande de la economía en su totalidad”.