Lavih Abraham, economista y docente de la UNR, descartó por impracticable lo que denomina “venta de humo” de algunos candidatos en torno a la renuncia a una de las formas esenciales de la soberanía: la moneda propia. Ninguno de sus impulsores explica cómo la haría. De cualquier modo, las consecuencias serían en modo catástrofe
Dolarización como solución casi mágica a los problemas del país. La palabra volvió a sonar en boca de algunos candidatos ante la desazón por la persistente crisis económica. Sin embargo, luce como término vacío de contenido, porque ninguno de los que lo declaman explica cómo y con qué efectos. Abrahm, consultado por el programa Apuntes y Resumen, dejó en claro que tal reemplazo de la moneda nacional por la divisa verde es poco más que un eslogan de campaña, aunque puede ser punta de lanza para colar otras medidas de corte neoliberal.
“No está claro lo que quieren decir con dolarizacion”, resumió el economista de la UNR la falta de espesor de propuestas como las de Javier Milei. Y se preguntó: “¿Cambiar el peso por el dólar, con qué paridad?”.
Reemplazar los billetes de pesos por los verdes de Estados Unidos requiere, en principio, establecer cuántos pesos por dólar. Con las menguadas reservas del Banco Central, y la cantidad de circulante en moneda nacional, si fuera ese sólo el trueque, implicaría saltar a una cotización que según quién la calcule en forma aproximada excede con creces el mil a uno. Con lo que, en principio, lo que aparece es la licuación brutal de los salarios.
Humo verde
Abraham destacó que ninguno de los que fogonean el tema explica si es sobre la base monetaria, si se cuentan los depósitos en los bancos, o se agregan los instrumentos financieros en el cálculo de la paridad inicial. No hay precisión, ni análisis que lo fundamente. “Es una venta de humo para poner de nuevo en agenda lo que ya se hizo en 2001 y 2002”, la calificó.
Se trata de una propuesta, dijo, “técnicamente inviable y ruinosa para la economía en general”, en particular para los asalariados. Y, además, advirtió que implica graves consecuencias a largo plazo. Preguntó si hay conciencia de que significa “renunciar a una clara forma de soberanía como es la moneda propia, y al diseño de políticas monetarias”. Ni tasa de interés, ni tipo de cambio, ni estrategias financieras nacionales serían ya posibles.
Pérdida de soberanía
Ninguna Nación renuncia a esa potestad. Apenas una hay como ejemplo: Ecuador. Y un puñado de Estados menores, que no califican para comparar qué podría pasar. Una idea, en definitiva, “fantasiosa y mágica, compleja e impracticable”, señaló el economista de la UNR.
Si el sostenimiento de la dolarización es inviable, lo es también su arranque. “La paridad arrancaría mucho más alta que el tipo de cambio actual”, expuso. Y no ya en comparación con la cotización oficial, sino con la ilegal o las financieras.
Del dólar a los patacones
Otras de las confusiones que destacó Abraham se refiere a la equiparaciòn de dolarización con la Convertibilidad, política monetaria que el Congreso Nacional sancionó en marzo de 1991, durante el gobierno de Carlos Menem y por impulso de su ministro de Economía Domingo Cavallo. Su derrotero fue corto, y sucumbió cuando las especiales condiciones que le dieron aire se extinguieron. Se derogó en enero de 2002. “Fue una igualdad de monedas, pero cuando los pesos circulantes se equiparaban a las reservas de divisas del Banco Central”, recordó el economista. Y eso, no por un crecimiento generalizado de la economía sino por el “ingreso de dólares de las privatizaciones y las bicicletas especulativas”. Cuando ese ox{igeno artificial cesó, siguió el repaso, “se terminaron creando cuasi monedas, como los patacones y lecop”. Y ese, completó, es el más probable rumbo de una dolarización si es que pudiera implementarse.
Una propuesta que también circula en las tribunas proselitistas es la de “unificación cambiaria” en reemplazo de los varios tipos de cambio existentes hoy como parte de las políticas económicas. Es decir, ya no más “diferentes tipos, para exportaciones, para importaciones”. También, señaló Abraham, “difícil de practicar”. En particular por las consecuencias, y teniendo en cuenta que esa estrategia, instalada en 2014 por la entonces presidenta Cristina Fernández, fue desactivada por su sucesor Mauricio Macri pero luego la tuvo que reponer. Volver a unificar, señaló Abraham, generaría una enorme transferencia de recursos: beneficio para exportadores y perjuicio en general. A la vez, estaría ligada a una devaluación radical que sólo podría evitarse con reservas del Banco Central significativamente mayores a las que hoy detenta. Y otra vez, derivaría en furiosos aumentos en el mercado interno. Excepto de salarios.