La prisión perpetua, la función del castigo, las percepciones sociales de la justicia y las cárceles, el regodeo por el sufrimiento ajeno, cómo intervienen los medios de comunicación. Un debate necesario ante las resonancias del juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa
Imágenes de un crimen mostradas hasta el cansancio por los medios de comunicación y un juicio hipermediatizado que dio aire a todo tipo de opiniones y a la proliferación de comentaristas recibidos de expertos para la ocasión. Todo, en un escenario social fragmentado, agrietado y golpeado por varios contratiempos. Apuntes y Resumen convocó a hacerse, e intentar responder, las preguntas incómodas que habilita la exposición espectacular del asesinato de Fernando Báez Sosa y el proceso judicial a los imputados por haberle causado la muerte.
En la Tertulia de los viernes, esta vez estuvieron María Chiponi, licenciada en Comunicación y a cargo de la Dirección Socioeducativa en Contextos de Encierro, que depende del Área de Derechos Humanos de la UNR, y Mauricio Manchado, integrante del mismo espacio y con la misma formación. Con ellos, el abogado Norberto Olivares, abogado de amplia trayectoria en defensa de víctimas de violencia institucional y representantes de los familiares de David Moreira, el joven linchado tras intentar robar una cartera, y de los asesinados en lo que se conoció como Triple Crimen de Villa Moreno. Además, en los estudios de Radio Universidad estuvieron Raquel González y Claudia Mauri, referentes del colectivo feminista Las Pauluzzi.
“La sentencia no fue sorpresa, por toda la previa mediática”, inició Manchado. Y puso la primera cuña en el famoso sentido común: “¿Qué esperamos como sociedad cuando se dicta una cadena perpetua, en este caso para jóvenes de un poco más de 20 años, pero es lo mismo si fueran adultos de 50? ¿Que se está construyendo allí a partir del pedido de justicia que atravesó a toda la sociedad? En todo caso lo novedoso, ya que no la condena, dijo, es “cómo muchos actores que no se involucraban en este tipo de discusiones, lo hicieron bajo la consigna de Justicia por Fernando, que no es discutible, como tampoco el dolor”.
A partir de lo anterior, Manchado consideró casi obvia la necesidad de “indagar por qué unas víctimas generan este fenómeno y clamor, y otras, como las que se dan en Rosario casi a diario, no“.
Tras el crimen de Báez Sosa, con características feroces amplificadas por la repetición de esa letal secuencia, impusieron la idea de que, en este caso, la justicia era prisión perpetua o no era. “La prisión perpetua no tiene casi nada que ver con la justicia y está más cerca de la venganza, que remite a las formas de castigo previas a la modernidad, a la idea de poder dar muerte que contenía el poder soberano del rey. En la justicia hay una suerte de corporización de la venganza que se presenta como justicia. Someter a alguien a 50 años de prisión es parecido a dictarle la pena de muerte”, interpretó el investigador del Conicet, con amplia experiencia en trayerctos educativos en contextos de encierro.
Olivares describió varios procesos en paralelo al judicial. “El del juicio oral, el que hacen los familiares, en general las víctimas, el que hace la sociedad y el que hace el poder político, en su caso con un discurso tendiente a probar quién es el abanderado de las penas más duras“. El abogado sostuvo que “la justicia responde a un Estado de clase: rigor punitivo y represivo para los sectores vulnerados y mano de seda para el guante blanco”.
Por las dudas, aclaró: “No estamos de acuerdo con la impunidad, y de hecho estamos junto a los movimientos sociales que se gestan alrededor de las víctimas, pero tampoco con el endurecimiento de las penas. El paradigma sintetizado en el «que se pudran en la cárcel» es un circuito que expresa la disociación de clases por sus sistemas judiciales y penitenciarios”.
¿Condena como venganza?
Instalada la equiparación de más o menos justicia según el grado de la condena, Olivares propuso sortear esa inmediatez: “Desde el linchamiento de David Moreyra, el triple asesinato de Villa Moreno, como querellantes, siempre buscamos una condena, pero también intervenir en la disputa de sentido respecto de las penas, la inseguridad. Hay una conciencia punitiva muy espesa en la sociedad que es utilizada políticamente, en particular en este año electoral. Y el ejemplo reciente es el del abogado Fernando Burlando, quien se lanzó como candidato a gobernador de Buenos Aires”.
Para María Chiponi, “cierto goce o disfrute social dispara preguntas incómodas para el discurso instalado mayoritariamente. Cómo pensar la prevención, en lo que se incluye el problema de las masculinidades”. La integrante de Las Pauluzzi concedió que “puede entenderse cierta celebración en torno a cuando la justicia da cuenta de algo que la sociedad necesita para encontrar cierta calma”. Pero alertó: “Lo complicado es el goce en propiciar dolor, y eso a un otro presentado como un monstruo, desprovisto de humanidad para alejarlo, que sea menos parecido, para que tranquilice”.
Los fallos “ejemplares” y la sociedad que los pide
“Los llamados fallos ejemplares instalan cierta seguridad en contextos que suman incertidumbres. Y en esto, el campo de la comunicación tiene mucho que debatir en su interior. La pregunta es qué momento social se transita como para que esto ocurra y proliferen los discursos de ese tenor“.
¿Qué hay de machismo en el asesinato que desató tantos involucramientos afectivos? Desde el colectivo feminista señalaron que “los estereotipos femenino y masculino están presentes desde el nacimiento y atraviesan, pese a los avances, la educación institucional y familiar. Coexisten esos modelos con los más recientes, que rompen con esos dualismos“. Sobre esa materia, operan las intervenciones en casos como los del crimen de Báez Sosa. Pero el formateo en esas conductas y paradigmas no emana de un solo lugar, avisaron. “No hay que cargar toda la responsabilidad en la escuela. ¿Qué pasa con los clubes, las vecinales, todas las otras instituciones que también socializan, y que lo hacen con rígidas identidades de género? Si no se interpelan esos otros espacios, de nada sirve presionar sobre la educación escolar, por más Educación Sexual Integral (ESI), porque se diluye en los otros ámbitos de creación de identidades”.
Colaterales mediáticos del juicio: el estereotipo carcelario
Chiponi apoyó en la experiencia que junto a Machado construyò durante “diez años en trayectos educativos (en cárceles) del sur de la provincia” la interpelación a las descripciones de las cárceles, espacios que irrumpieron en el interés mediático aún antes de conocerse las condenas a los ocho imputados por el asesinato del joven en Villa Gissel.
“Hay un montón de sentidos a desarmar, desde la pertenencia social de los condenados hasta la lógica violenta de las cárceles y los recibimientos esperables a los condenados, la (muletilla de) puerta giratoria y los sufrimientos”. Porque, recordó Chiponi, “en las prisiones también hay tramas de colaboración, y un debate ausente es el que indaga sobre qué le espera a una persona que haya estado privada de libertad. Y en eso hay una responsabilidad del Estado en su conjunto”.
La construcción del imaginario de las cárceles y quienes las habitan no es nuevo. No sólo los noticieros lo abonan, también las ficciones. Manchado expuso lo que recogió en el trabajo junto a Chiponi. “La cárcel también, y cada vez más, es un espacio de negociación no sólo económica sino de accesos a actividades, de convivencias, de derechos. Transacciones intracarcelarias, acuerdos tanto formales como informales dentro de la misma población de internos o entre éstos y el personal penitenciario. Es una construcción compleja de moralidades“.
De mejor o peor factura, ciertas producciones televisivas alimentaron un mundo carcelario tan ficcional como el género, y no porque sean espacios precisamente dignos, sino por las simplificaciones de las injusticias, corrupciones y miserias que las atraviesan. “Las cárceles hoy son diferentes al modelo de los documentales de los 90, o series como Tumberos o El Marginal. Los medios tensionan y ponen en juego, de cara a la opinión pública, ciertas lógicas extremas que no son reales”, repasó Manchado.
El investigador del Conicet puso como ejemplo la entrevista puesta al aire en el canal Crónica a uno de los protagonistas de la masacre en el penal de Sierra Chica en la década de los 90, el Gitano Acuña. Explotación irresponsable del morbo y los deseos de sufrimiento, dadas las características de ese motín, la operación mediática es además anacrónica. Los extremos de crueldad de aquel espisodio, explicó Manchado, se dieron “en un contexto de gestión de cárceles que no es el de ahora, al menos en ese grado, e incluso desmentido en la intención de la nota por el mismo interlocutor”. Contra esos estereotipos, explicó, “la cárcel no se un lugar de salvajismo sin reglas, porque las hay, aunque no sean las deseables desde una perspectiva más humanista, pero que se definen con lógicas incluso de cuidados construidas colectivamente. Y hay solidaridades. No es pensarlas como un lugar deseable, porque es degradante y vejatorio de derechos, pero tampoco responde a un estereotipo difundido por ciertos medios”.