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Después de 150 años, vuelven los guacamayos rojos a Iberá

Captura para tráfico ilegal, pérdida de bosques por la tala y avance de la frontera agrícola los diezmaron. Un complicado proyecto para restablecer el equilibrio ecológico

El guacamayo rojo (Ara chloropterus) habitaba ambientes selváticos del norte argentino, pero ya no: se la considera extinta en el país desde hace 150 años. Las selvas de galería de las provincias de Corrientes, Formosa, Chaco, Santa Fe y Misiones ya no tienen su colorido. La responsabilidad, como siempre, es humana: captura para el tráfico ilegal, pérdida de bosques por la tala para la industria maderera y avance de la frontera agrícola. Sin embargo, no todo está perdido: un programa de reintroducción del ave en el Iberá comienza a dar sus frutos. Es complejo, requiere adiestramiento de ejemplares nacidos en cautiverio antes de liberarlos, y un seguimiento permanente.  

El proyecto está a cargo de la Fundación Rewilding Argentina (RA), organización que tiene proyectos en la Patagonia y Chaco, además de en Corrientes.

“Se trata de una restauración ecológica de los Esteros del Iberá, que fueron defaunados a causa de la caza ilegal y la pérdida de hábitat. Quedaron extintas 10 especies, y lo que estamos haciendo es devolver al hábitat las especies clave que cumplen un papel ecológico clave para el ecosistema. Entre ellas, el guacamayo rojo”, describe en la entrevista con ABC Elena Martín. Nació en España, pero hace cinco años que está en la Argentina. Es técnica en manejo de fauna silvestre y la responsable del entrenamiento de los guacamayos rojos.

Restaurar el daño

“La única posibilidad de devolverlos a su hábitat es hacerlo a partir de individuos en cautiverio”, dice la integrante de RA. “Todos los ejemplares son nacidos y criados exclusivamente para el proyecto de reintroducción. Tenemos alianzas con varias instituciones, como Eco Parque de Buenos Aires o Fundación Temaikén”, explica.

Claro que no es fácil. La vida en cautiverio tiene poco que ver con la silvestre, y el tránsito entre esos mundos no puede ser automático. “Rehabilitar (los ejemplares) y entrenarlos para liberarlos es muy complicado, y lo hacemos con los pichones”, señala Martin. Los toman apenas se independizan de los progenitores. “Pasan una etapa de cuarentena, donde nos aseguramos de que están libres de enfermedades y en buenas condiciones, y ahí comienzan unos meses intensos de rehabilitación y entrenamiento en los cuales les enseñamos todo lo que necesitan para desenvolverse en silvestría”, agrega la técnica.

Es que, explica, “con mucho tiempo en cautiverio pierden la musculatura” y con ello la capacidad de volar, además del instinto para detectar sus predadores naturales, y otro, el que los hizo desaparecer de territorio argentino, el hombre.

La rehabilitación se hace en instalaciones del Centro de Conservación Aguará, en Paso de la Patria. “Les enseñamos a volar en respuesta a un silbato, con refuerzo positivo, primero en largas distancias diarias, dentro de un jaulón, de casi un kilómetro”.

No sólo es volar. También alimentarse y estar atentos a los peligros. “Se le inducen otros comportamientos o conductas, como saber reconocer frutos nativos, que son los que van a encontrar en el monte, y aprender a reconocer depredadores”, repasa Martin. “Al haber estado en cautiverio, están acostumbrados a bajar al piso sin sensación de peligro, dentro de una jaula, pero si tienen ese comportamiento una vez liberados, es muy probable que un zorro se los coma. Les enseñamos que el piso no es un lugar seguro”, especifica la joven española.

Lo que sigue después de que están en condiciones de volver a la vida silvestre es que se reproduzcan. La idea es que comiencen a nacer pichones de padres con años en el hábitat propio, con las destrezas para habitarlo.

Sin embargo, hay una ayuda extra. “Los guacamayos rojos anidan en huecos de árboles o de palmeras. Pero, qué pasa, los montes actuales no tienen árboles de gran porte, porque fueron talados”. Claro, el paisaje no es el mismo que el de hace más de un siglo, cuando lo recorrían antes de que los extinguieran.

“Entonces, lo que hacemos con el equipo de la Fundación es ayudarlos con cajas-nido artificiales, que repartimos en el monte. Ahora está por comenzar la tercera temporada reproductiva, y esperamos que se cumpla el objetivo: el nacimiento de pichones silvestres”, se esperanza Martin.

No es inmediato. “Para que una pareja ponga huevos y críe pichones tienen que pasar varios años en libertad, y es cuando ya son completamente independientes de los humanos y les pueden enseñar a los pichones las estrategias de supervivencia de la especie”, explica la integrante de RA.

Cada especie tiene un papel en el delicado equilibrio de los sistemas

Reintroducir en un hábitat especies que han sido diezmadas no es un capricho. Es reponer un ecosistema complejamente relacionado que, como efecto dominó, se derrumba cuando cae una pieza. No inerte, como las fichas, sino viva.

“El guacamayo cumple un rol clave en el monte: la dispersión de frutos y semillas, para ayudar a regenerar los montes”, ejemplifica Martin.

La especie madura sexualmente a partir de los 4 años. A partir de entonces, vive generalmente en pareja, o en grupos de unas pocas parejas. Hasta entonces, en conjuntos más amplios, pero no demasiado, de unos 10 individuos, porque no se trata de un animal gregario. Y vive mucho: entre 50 y 60 años, explica la técnica de la Fundación.

Rewilding no sólo trabaja con el guacamayo rojo, sino con otras “especies que tienen un rol clave en el ecosistema. Por ejemplo, el yaguareté como predador tope, que controla las poblaciones de herbívoros”, señala la joven. En este caso, ahora se ven los resultados: “Hay varios liberados, pero hasta hace dos años era muy grande la cantidad de carpinchos, que son sus presas, y al estar con sobrepoblación modifican el medio ambiente, por el gran pastoreo”.

Otro proyecto se enfoca en el predador tope acuático, la nutria gigante, y el oso hormiguero, la primera especie con la que se trabajó en Iberá. También con el venado de las pampas, pecarí de collar, ocelote,

El seguimiento

“Todos los ejemplares liberados tienen un collar VHF que emite una radiofrecuencia, con lo que se pueden localizar. Esto permite suplementarles comida en la primera etapa, ver su comportamiento, si forman pareja, si encontraron una caja nido, estudiarlos integralmente”, refiere Martin.