La violencia en el fútbol argentino es un fenómeno que se cargó una nueva muerte. El periodista Alejo Diz analizó su contexto y qué pasa en Rosario
El crimen de Emanuel Balbo en la tribuna de Belgrano por ser presuntamente hincha de Talleres no es un fenómeno exclusivo del Clásico cordobés. Fue en “La Docta”, pero pudo haber sido en cualquier otra ciudad del país. Fue con la hinchada del “Pirata”, pero pudo haber sido con otra. El problema está instalado en el fútbol argentino.
La barbarie que significó este hecho se da en el marco de un contexto en el que la violencia retórica y física ha ido en crecimiento. No pasa sólo por las barras bravas. El fenómeno abarca también a los “hinchas comunes” y a los propios protagonistas del sistema. Jugadores, técnicos y dirigentes cuentan con su cuota de responsabilidad. Tampoco son ajenos los medios de comunicación, que a través de un lenguaje agresivo incitan a la violencia. Y el problema no esquiva a la política y las fuerzas de seguridad, que son parte del problema.
El análisis de esta crisis que se da en el marco del deporte más popular de nuestro país, requiere también de un abordaje local. Para entender qué pasa en nuestra provincia y en Rosario el portal de Radio UNR entrevistó a Alejo Diz. Por su extensa cobertura de la problemática el licenciado en Comunicación Social se constituyó en una de las voces más autorizadas para entender el fenómeno.
Los detenidos por la muerte de Emanuel Balbo no tenían antecedentes penales, salvo Gómez. ¿Cómo se explica que personas que no tenían causas de este estilo hayan tenido esta actitud?
Primero porque señalar solamente a los barras como los protagonistas de la violencia en un estadio de fútbol es errar el diagnóstico. Ellos muchas veces han animado peleas violentas, pero últimamente más vinculados fuera de los estadios que dentro. Las discusiones internas de la barra se han trasladado a la calle porque en un estadio se exponen a que sean individualizados, son observados y hay cámaras. Ya hace bastante que han resuelto dirimir sus diferencias fuera del estadio y siempre con violencia. En el último tiempo no es correcto asociar a la violencia sólo con las barras y lo ocurrido en Córdoba es un reflejo más de que lo que pasa en cualquier estadio del país, no sólo allí. Por un lado, en el caso particular de este hecho hay que separar por un lado el problema interpersonal que tenían la víctima y el victimario. Por el otro, lo más grave y donde hay que hacer hincapié, es el público que pasa de ser testigo a partícipe. Solamente en un estadio de fútbol se puede observar un comportamiento con esa violencia de un público que no participa del diferendo, en el que estaban interviniendo el chico asesinado y el presunto instigador. Esta gente que es testigo obedece a un odio y una violencia que está instalada en los estadios y es un lugar donde se puede encontrar el fascismo en estado puro. Solamente hay que buscar un estado fascista para ver comportamientos humanos como los que se vieron el sábado en estadio Kempes. Con la sola imputación al grito de que es hincha del rival, aquellos que son testigos de una pelea que podía ser una más de las que se dan en una tribuna, deciden en ese instante pasar a la acción y con violencia repudiar aquello que escuchó de alguien. No es la primera vez que ocurre; por ejemplo en el último clásico disputado en Rosario una chica vivió una situación similar, donde recibió agravios y agresiones físicas bajo la imputación de que no cantaba los cantos de la hinchada. Se da un efecto dominó, uno agrede y el resto se suma.
¿Cómo llegamos a tal punto?
Por la intolerancia. Uno lo puede encontrar en el lenguaje del fútbol en nuestro país, ya sea pronunciado por dirigentes, periodistas o hinchas. Es aceptado y muchas veces jocosamente la reprobación al otro, pero principalmente el odio, el rechazo. A aquel que es hincha de otro cuadro hay que matarlo. Es algo que ha nacido como dentro del folclore, son frases que pertenecen a una canción de una hinchada y con el tiempo se ha trasladado a ni más ni menos que los hechos. El caso de Central – Newell’s fue en la platea y allí la gente reaccionó como ni los barras tal vez lo harían, porque sólo lo hacen cuando hay diferencias internas de conducción. Ese nivel de barbarie se encuentra a distancia de donde se encuentra la barrabrava. Todos son protagonistas. Por ejemplo en el último Boca – River que terminó con la suspensión del partido, las declaraciones de los dos presidentes eran más propias de hinchas que de un dirigente. Permanentemente se agita la violencia, desde todos los ámbitos y también desde la AFA, a partir de que tenemos claramente un fútbol corrupto.
En su respuesta me vinieron dos imágenes a la mente. Una es la de los plateístas de Boca arrojando botellas a los jugadores de River. La otra, una campaña de concientización contra la violencia de TyC Sports, que tenía voces de chicos cantando sobre matar a rival. El mismo canal que emitía “El aguante”…
La cultura del aguante. Ese programa se emitió durante mucho tiempo y con repercusión en el mundo del fútbol. Escuché muy pocas voces de repudio porque era el agite a la violencia, a la intolerancia y a un odio asociado a la muerte. La disputa de un partido de fútbol o de clubes deberían pasar por el poder deportivo y no es más que ser un club más grande, obtener un título y encontrar la satisfacción que se puede dar en la cancha. Hasta ahí llega la rivalidad. Pero al éxito deportivo se lo asocia con “yo o nada”. O gano yo, o nadie. Está la antinomia de que si yo no gano, implosionó todo. Y ése es el ejemplo de Boca – River. Lo más grave y lo que no se observa por lo menos en la mirada que escucho es que se ha diversificado a todo el público que concurre a un estadio y no es propio de los barras. El mayor peligro está en el plateísta estereotipo, que considera que si paga la entrada tiene derecho a todo. No se llega a esto de un día para el otro. Y por ejemplo hay una mutación de las peleas de las barras ya que en la década del 80 peleaban por el poder a golpes de puño y ahora se hace con armas. En todos se ha transformado en un lugar de expresión violenta por donde se lo mire y se encuentran conductas que sólo se pueden asociar con el fascismo puro que manda a matar a quien no está conmigo.
Si nos manejamos por estadísticas, las primeras 118 muertes se dieron en alrededor de 60 años y 71 de ellas ocurrieron en la “Puerta 12”. Las siguientes 200 se produjeron en un poco más de 30 años. ¿Cómo se explica ese aumento considerable de casos?
En la cultura del odio. Si se agarra una revista El Gráfico de la década del 50, en el lenguaje deportivo encontramos rivalidades deportivas. Si agarramos Olé vemos un diario que promueve constantemente en la confrontación entre rivales y la agita con un lenguaje que permanentemente está asociado con la violencia y se puede ver en las tapas…
“Lanushhh”
Claro. Y en infinidades, porque es política del diario por ejemplo agitar esa rivalidad y que es disparador de violencia. Lo que hay es la descalificación al otro como denominador común y asociado con el éxito al que gana el partido, nada más. Hoy ganó un equipo y tiene el mejor título, mañana pierde y es humillado por ese mismo medio. Este corrimiento, si bien mirarlo con un número es reduccionista, nos da una señal y puedo asociarlo con el lenguaje que se usaba tiempo atrás y con el que se usa ahora. Eso está asociado con la respuesta violenta que se encontraba 50 años atrás y con la que se ve ahora. Es una teoría.
Hay una frase que dice que “el fútbol es el reflejo de la sociedad”. Por lo que Ud. dice ¿no sería así?
Seríamos potencia en el mundo entonces. Esa mirada tal vez nos haga caer en una frase común. Me parece que no. Estadios violentos hay en todo el mundo y hechos de esta naturaleza también se presentan en Europa. Allí también se mata por fútbol. Pero hay una política de seguridad, tomando distancia de la nuestra, que busca que no pase dentro de la cancha. Afuera, como es un libre albedrío, las escaramuzas entre barras son realmente violentas. No es algo que sea muy ajeno a nosotros y los niveles de violencia están más vinculados al entorno que rodea el partido y no a él propiamente dicho. No en el estadio porque se es muy celoso con la seguridad.. Allí incluso asiste el que verdaderamente tiene recursos económicos, que no es un empleado común. Acá es algo que se logra preservar, más allá de que va a haber un aumento en el precio de las entradas. Sigue siendo accesible dentro de todo y permite ver a todas las clases sociales detrás de una misma camiseta, algo que no ocurre allá. No sé si los niveles de violencia que tiene el fútbol argentino son tan representativos a nuestra sociedad. Lo que pasa dentro de una cancha sólo se ve allí; hay gente que está dispuesta a matar porque es del otro cuadro y cuesta encontrar en otro espacio tanta ira. Es el deseo de matar, se mata y dentro de un dispositivo donde no veo que haya un repudio. Se escandalizan por lo que pasó con Balbo, pero se dan señales de que esto puede ocurrir desde hace muchísimo tiempo. Claramente no encuentro intereses para solucionarlo. En Santa Fe, por ejemplo, se han anunciado muchísimas medidas para atacar a los barras, aunque en la práctica no ocurre nada. Para el partido de Newells con Estudiantes se anunció el programa Tribuna Segura y cuando comienza a implementarse, los barras ya estaban dentro del club. Se pedían los documentos por portación de cara. Eso todo el mundo lo ve. Hay un nivel de hipocresía tan grande que alimenta este nivel de violencia que está tan vivo en cada estadio. Si no pasa nada en un clásico se habla de un operativo exitoso y fue tal vez el azar lo que llevó a que no termine con un hecho de violencia dentro del estadio.
¿Cómo se aborda en la provincia?
Hay dos factores fundamentales cuando se aborda la temática de la violencia en el fútbol en la provincia. Hay hipocresía y no veo viable una política de seguridad en el fútbol con esta policía, porque es parte elemental de los niveles de violencia que se viven en los estadios. Una policía que no duda en reprimir al plateísta que va con un niño y además, que forma parte del entramado delictivo que está detrás de una barra. No ha cambiado y no da señales para que eso pase. Además se necesita personal capacitado para tratar a la gente en un estadio porque cada vez que hay un problema en un ingreso la primera reacción es la represión. No puede ser. Tiene que haber otras formas.
El fútbol tiene una masividad que no tiene otro deporte pero sí se puede encontrar en algunos otros, como en algunos casos el básquet. Pero allí es de forma más puntual. El odio muchas veces es la prioridad del evento y no el juego, porque hay veces que la gente está en una actitud beligerante con la otra hinchada y no presta atención al partido. Si bien el dispositivo que rodea es la intolerancia y el odio, tal vez es algo más puntual de enfrentamiento entre barrios, no clubes y no es tan masivo. Debería ser más fácil poder abordarlo. Pero no se toma como política sino que se decide cerrar puertas de una hinchada o ambas. Así se afecta al deporte porque no se lo promociona, hay menos chicos jugando e indudablemente van a estar a la calle. El deporte como herramienta de inclusión social es la mejor receta.
¿Cuál es el “estado de situación” de las barras de Newell’s y Central?
En Newell’s hubo un pacto entre todas las facciones. La que estaban en el último tiempo, las que estuvieron antes y la que estuvieron mucho antes. Desde los 80 para acá todas las ramas están en la tribuna y todos los que quieren participar lo están haciendo a través de un pacto de convivencia. Tiene a un responsable máximo que es Guille Cantero que, desde la cárcel, da las órdenes a uno de los barras que está a cargo de la hinchada. Él se hace responsable de la conducta de todos, bajo de la amenaza de que aquel que se porte mal o que quiera tomar un protagonismo mayor, va a tener complicaciones de parte de Cantero. Logró pacificar y en el último tiempo no hay disputas internas. Sí hay una puja de poder para recuperar espacios económicos allí dentro. El club está mal económicamente, la hinchada tiene acceso a poca plata y se están tratando de reconstruir todas las unidades de negocios.
Central tiene una historia muy diferente, con un mando vertical. Tiene a Andrés “Pillín” Bracamonte desde hace ya poco más de 20 años. Su figura es respetada por la antigüedad al frente de la hinchada y fue eliminando a quienes se oponían a su mando. Tiene una estructura de poder muy fuerte. La hinchada maneja mucho dinero y cuenta con una línea de mando tan vertical que se ha logrado sostener sin muchos problemas. Pero es una barra que cuesta mucho dinero mantener porque debajo de Bracamonte hay gente que por partido se lleva mucha plata y maneja mucha gente. El día en que no esté vamos a estar hablando de que 10 personas van a tener la ambición de quedarse con ese lugar de mando y con la capacidad de representación en cuanto a la gente. Lo de Central detona en cualquier momento y depende de la figura de “Pillín”.